Crónica por Rafa Diablorock.
Fotos: Carlos Chamorro
Guns N’ Roses – Not In This Lifetime Tour.
Estadio Vicente Calderón – 4 de junio de 2017.
Bandas invitadas:
Tyler Bryant & The Shakedown: 19.30h.
Mark Lanegan Band: 20.20h.
Y llegó el día. Décadas esperando, algunos toda su vida, para por fin ver la gira de rock más grande del planeta. Las expectativas eran del tamaño de una gira tan superlativa. Cifras astronómicas de un tour que hace años nadie alcanzaba a soñar y que finalmente llegaba a nuestra capital tras haber pasado en los últimos meses por varios continentes. En ese mismo estadio Vicente Calderón, Madrid presume de haber vivido grandes conciertos históricos, por fin llegaba el día en que se confirmaría si Axl, Duff y Slash conseguirían hacer algo memorable o simplemente se dejarían ver por allí.
Tras entrar en el recinto sin demasiada espera, de primeras me fastidió la zona en la que nos habían ubicado para prensa. Empezaban Tyler Bryant & The Shakedown y desde aquel palomar en lo más alto de la grada me sentía un pasajero de globo aerostático. En este caso entiendo que es algo muy personal, pero asistir a un concierto desde la grada me hace sentir ajeno a lo que está ocurriendo, me siento únicamente espectador, razón por la que con algo de flexibilidad por parte de personal de la organización conseguí acceder a la pista, donde las incomodidades se incrementan en favor del concepto que personalmente tengo de lo que es un concierto. De manera que ya pude ver las caras de Tyler Bryant y los suyos, quienes con un pobre sonido trataron de defender con toda la pasión y energía que pudieron su propuesta. La banda puso toda la carne en el asador, el problema es que el público no estaba todavía para barbacoas.
Prácticamente lo mismo pasó con Mark Lanegan. Todo una leyenda que palidecía en el contexto de la cita, de una naturaleza antagónica a la que tuvo el año pasado en el Teatro Lara. Con un sonido en el que la caja y el bombo ensuciaban el resto de los instrumentos, sin embargo pudimos escuchar la espléndida voz rasgada del compositor y cantante de Washington. Entre tema y tema daba las gracias al público con una cascada voz que milagrosamente es capaz de transformar cuando canta maravillas como Black Rose Way del disco perdido de Screaming Trees, Riot In My House, o Beehive de su último disco, Gargoyle, que se suponía estaba presentando. Es una pena que te toque ver uno de tus artistas preferidos como telonero de una gira tan superlativa, palidece y cuenta con mil factores en contra. Una banda y unos temas formidables que apenas tuvieron interés en un público que no se molestaba ni en aplaudir por cortesía. En concierto a contrapelo que no pasó de anecdótico. El que quiso encontrar el talento de Lanegan lo tuvo delante suya, aunque no en las mejores condiciones.
Nada más despedirse Lanegan el escenario se llenó de decenas de operarios, que como hormigas perfectamente sincronizadas movían el material escénico a marcha veloz. El público hacía la ola impaciente, y en las pruebas de sonido el bombo ya sonaba de un modo adecuado para un estadio: haciéndolo temblar. La primera gran ovación de la noche se la llevó el roadie que dijo «mic check» con un micro de color rojo. Si eres calvo y barbudo y te ovaciona un estadio por llevar un micro rojo… imagínate si te llamas Axl Rose. Últimas comprobaciones técnicas con Queen sonando de fondo y finalmente llegó la sintonía de los Looney Toones que avisaba que el inicio era inminente. A las 21:19 Frank Ferrer se subía al escenario, y a los pocos segundos ya estaba toda la banda en escena pese a haber muchísima luz natural. It’s So Easy empezó con una sonorización descontrolada que fue mejorando en Mr. Brownstone y Chinese Democracy, con el trío de ases luciendo imponentes en escena. Axl con chaqueta roja, ataviado tan hortera como siempre con mil alhajas, y con la voz algo baja en los primeros compases pero suficiente como para saber que se venía en un estado de forma extraordinario. Duff con su reposado carisma clavaba abrigado en cuero sus líneas de bajo, mientras que Slash llevaba su icónico e inmutable uniforme habitual. La altura del escenario me resultó algo baja, y pese a encontrarme cerca del mismo me costaba que los ojos no se me desviasen a las inmensas pantallas que ofrecían primerísimos planos; quizá elevar todo el escenario metro y medio hubiese resultado perfecto. Como no sonaban temas sobados en films y radios populares el público felipesco ovacionaba los tímidos fuegos artificiales que empezaban a explotar, hasta que Slash, jugando con su riff inicial, comenzaba una celebradísima Welcome to the Jungle. El sonido era mucho mejor, y la voz de Axl se seguía calentando, a la vez que no dejaba de ocupar el largo y ancho del escenario con sus carreras y bailoteos. Un Axl profesional y entregado, que a veces era difícil de escuchar debido al efecto «karaoke» de un público que disputaba en potencia el volumen justito de este concierto de estadio que empezaba a sonar perfecto. Double Talkin’ Jive fue de las más macarras de la noche y donde pudimos ver a Slash y Duff más entregados, con un Axl que se quitaba las gafas y se lucía también en los registros graves de voz, mientras que Frank Ferrer demostraba ser una batería colosal, como en toda la actuación. Con la «joven» Better el sonido ya alcanzaba la perfección y sirvió para oír a Axl sin el karaoke del público, dando paso a uno de los momentos memorables de la noche: Estranged. El épico tema nos emocionó a todos, con una banda que sonaba celestial y un Axl que conseguía definitivamente estampar la palabra «memorable» a la noche del 4 de junio de 2017. Live and Let Die con disparos sincronizados servía para que Duff y Axl volviesen a cambiar de indumentaria, en una especie de pique con Slash, que de lo que no paraba de cambiar era de guitarra. Rocket Queen sirvió para que Richard Fortus se luciera con varios punteos en primer plano, algo que no fue demasiado frecuente pese a la tremenda solvencia del guitarrista. Con You Could Be Mine el público ya estaba igual de caliente que los chorros de fuego que salían del escenario, y cuya escalinata era ocupada únicamente por Duff. El bajista captó todas las miradas posteriormente cantando Attitude de los Misfits. Volvía Axl con chaqueta blanca para una prescindible This I Love, aunque perfecta, y aquí me detengo para comentar una apreciación personal. El show me empezaba a resultar demasiado excesivo, me empezaban a sobrar algunos temas, especialmente las versiones y tanto detenimiento en Chinese Democracy, pero por tantos años esperando y el precio de los tickets supongo que muchos esperan algo así. Siempre es debatible la idoneidad del repertorio, y supongo que simplemente era cuestión de que cada uno esperase su turno y que llegasen sus temas preferidos. Llegó el momento para Civil War, que sonó tremenda, especialmente en su final, que levantó al público en una de las mejores canciones del recital con Slash portando guitarra de doble mástil y clavando cada una de las notas. Nota entrañable la versión de Black Hole Sun en memoria de Chris Cornell, con un gran solo de Richard Fortus. Seguía Coma, espléndida y como siempre excesiva en sus compases finales, con los tres músicos protagonistas en la pasarela central. Volvía la autocomplacencia con un nuevo largo solo de Slash, dando paso a Sweet Child O Mine, haciendo sacudir a todo el público. Más versiones, más duelos guitarreros y Axl sentado al piano hasta November Rain, sobado tema que elevó miles de móviles y en cuyo solo final eché de menos ver a Slash subido al piano. El show llevaba más de dos horas, habíamos visto chaquetas y sombreros de todas las texturas, Duff con varias camisetas, gorras, y guitarras de varias marcas y colores. La banda es acusada de fría, algo que no me molestó y creo es motivado por la concentración y responsabilidad que cae sobre cada uno de los músicos, tanto los tres astros, a los que apuntaban todos los focos, como al resto de la banda, que hace un papel extraordinario. Don’t Cry comenzaba los bises, continuada con la última versión, The Seeker de The Who, a la que siguió una espléndida Patience, con un poder vocal de Axl que alcanzaba niveles estratosféricos, hasta la final Paradise City, que arrasaba con todo. El silbato que anunciaba la traca final volvía a poner al público patas arriba entre fuegos artificiales, chorros de fuego y confeti. Un concierto histórico, quizá demasiado extenso, pero ¿Quién es el que no quiere a unos Guns N’ Roses excesivos? Muy complicado lo tuvo el que quiso encontrar carencias y defectos. Un gran concierto de una gira que no sabemos cuánto durará, y que me da la impresión que tuvo en Madrid una de sus mejores paradas.
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