Texto por Jaime Taboada


Llega el tramo final del verano, y quizás porque se percibe la cercanía de la estación otoñal, o simplemente por una tendencia a pensar en que el pasado siempre fue mejor (lo cual no es siempre cierto), estas fechas parecen propicias para recordar el aspecto musical de bandas que ya no existen, o discos que hemos ido rescatando de la estantería; bien porque no le dimos demasiadas oportunidades en su momento o bien porque simplemente no podemos estar más de uno o dos meses sin escucharlos. Hoy hablaremos de uno de esos álbumes que nunca pueden estar muy lejos del tocadiscos porque han de sonar, sí o sí, cada poco tiempo. Bienvenidos a 1977, cuando Thin Lizzy eran los reyes del mambo y publicaban esa exquisitez que llevaba por título Bad Reputation.

Hubo un tiempo, lejano ya, en que el rock reinaba. La juventud quería decibelios y guitarras eléctricas. Grupos como Led Zeppelin, Stones, Aerosmith, Lynyrd Skynyrd o los propios Lizzy eran estrellas, lideraban listas de éxitos y sus ventas se contaban por millones de discos, siendo capaces de grabar un disco por año, hacer giras, apariciones televisivas y, lo más importante, mantener un nivel altísimo. En ese contexto, Lizzy venían de publicar en 1976, no uno, si no dos discos (leer especiales de ellos aquí) Los excelentes Jailbreak y Johnny The Fox habían salido a la venta ese año, y sin respiro alguno, el grupo se preparaba para dar forma a un nuevo trabajo.

La trayectoria de Lynott y los suyos siempre fue muy accidentada y trufada de anécdotas, contratiempos, cambios de formación, etc. En definitiva, la estabilidad no formaba parte del día a día del grupo. Y en 1976 nada había cambiado al respecto. Por aquel entonces eran un cuarteto formado por Lynott, Scott Gorham, Brian Downey y Brian Robertson a,k.a Robbo; y no eran precisamente amantes de la vida recogida y hogareña. Cuando no estaban grabando o tocando lo suyo era ir de pub en pub y pasar las noches de pinta a pinta y tiro porque me toca. Y en una de ellas, en club londinense, alguien trató de arrearle un botellazo al cantante Frankie Miller. Robertson, que pululaba por allí, trató de defender a su colega, lo que le costó una grave lesión en su mano que le inhabilitaba para tocar la guitarra durante un tiempo. Todo ello con una gira a punto de comenzar. Lynott, furioso, reclutó como sustituto a Gary Moore (con quien ya habían tocado anteriormente). Tras la gira que Robbo se perdió, el grupo se trasladó a Toronto para comenzar la grabación de Bad Reputation. Bueno, todo el grupo no. Robertson fue castigado por Phil y las sesiones comenzaron con Thin Lizzy en formato trío. La intención del cantante era darle una lección al guitarrista por, según él, haberlos dejado tirados y hacer que Scott Gorham grabara todas las partes de guitarra. Éste, sin embargo, tenía sus dudas acerca de tal decisión y era partidario de que Robbo regresara aunque fuese sometido a una especie de periodo de prueba. Finalmente se llegó a una solución intermedia. El “hijo pródigo” regresó pero a medias, ya que solo aparece acreditado en tres canciones. Lynott, además, llevó a cabo una singular represalia dejando al guitarrista fuera de la portada en la que solo salían él mismo, Gorham y Downey.

Las turbulencias en el seno de la formación podrían haber hecho que el resultado final se resintiera, pero estamos hablando de unos músicos en estado de gracia que respiraban rock y con un talento como compositores e intérpretes que era incuestionable. Así, junto a Tony Visconti en las labores de producción crearon uno de esos discos que desde el día mismo de su publicación sería considerado ya un clásico. La alianza Visconti/Lizzy se demostró totalmente acertada. El grupo se sintió cómodo y el productor, por su parte, supo canalizar la fuerza de la banda logrando un impecable balance entre rudeza y melodía, obteniendo un sonido bastante limpio pero sin merma de potencia o agresividad.

Se podría decir que Bad Reputation es casi un catálogo de lo que era el sonido Lizzy. Con el nexo de unión del personalísimo sonido de la guitarra de Scott Gorham (a este hombre habría que hacerle un monumento) el disco transita, desde el inicio magistral de Soldier of Fortune hasta el cierre con Dear Landlord, por un ambiente de cierta melancolía. Aflicción incluso. La particular voz de Lynott con su deje un tanto tristón imprimía ese carácter a la mayoría de las canciones. La ya mencionada Soldier of Fortune, con una brillante letra acerca de un mercenario que regresaba a casa de la guerra es, en mi opinión, uno de los puntos álgidos del disco junto al tema que da título al álbum, Sothbound y Dancing In The Moonlight. También tenemos Southbound, que es quizás la canción más representativa del sonido que Lynott y Gorham siempre buscaron. Melodía, guitarras, coros, etc. Cuatro minutos y medio de pop con espíritu rock. El tema homónimo, por el contrario, resultó ser uno de los más duros que grabaron en toda su carrera. Comandados por la batería de Brian Downey (que lo dio todo y más en esta canción) hablamos de una de esos himnos que son puro hard rock 70´s, de los que deberían sonar en cualquier bar los sábados por la noche. Por su parte Dancing In The Moonlight se apartaba bastante de la línea habitual del grupo, lo cual tenía su lógica. Phil compuso la canción pensando en rendir homenaje a otro irlandés universal, Van Morrison, y trató de que ponerse en la piel del León de Belfast haciendo que la canción sonara de modo parecido a como lo haría si Morrison la hubiese grabado. Para ello añadió el saxo de John Helliwell, por aquel entonces miembro de Supertramp. Quizás fuera una composición atípica, pero es uno de esas canciones inolvidables. En pocas ocasiones, el bajista y cantante se mostró tan inspirado.

No es que el disco se redujera a estos cuatro temas y el resto fuera relleno. Simplemente son mis favoritos. Y causalmente todos fueron grabados sin el concurso de Robbo. ¿Causalidad? Quién sabe. En todo caso, hablando de Robertson, hay que decir que finalmente intervino en la grabación. Gorham dejó a propósito sin grabar solos en dos canciones, Opium Trail y la dura Killer Without A Cause, persuadiendo a Phil de que permitiera regresar al díscolo segundo guitarrista. Éste se ablandó y permitió que se reincorporara en principio, en calidad de invitado. Robertson grabó sus partes de guitarra en las dos canciones mencionadas, y además dobló algunos solos de Gorham en el tema That Woman´s Gonna Break Your Heart, que finalmente fue la única de las canciones en las que juntos pudieron recrear el característico “twin guitars sound”.

La grabación terminó sin mayores incidentes, con la banda unida y satisfecha por el resultado. Pero tratándose de Thin Lizzy cualquier cosa podía suceder en cualquier momento. Y sucedió cuando se discutió el diseño de la portada. Phil la utilizó un poco como venganza/castigo contra Brian Robertson, pero en honor a la verdad no fue esa su primera opción. El irlandés había contactado con el diseñador Jim Fitzpatrick para seleccionar una de sus ilustraciones. Quedaron en verse en Madison, ciudad de Connecticut en la que el dibujante residía. Y a Madison fue Lynott, pero con la salvedad de que… ¡era otro Madison! Concretamente en el estado de Wisconsin. Absurda situación. Como iban muy justos de tiempo y no podían perder un día más, finalmente el maquiavélico frontman decidió usar la portada que conocemos y de paso humillar un poco al bueno de Robbo.

El disco se publicó el dos de septiembre de 1977. La respuesta de crítica y público fue casi unánime. Todo el mundo coincidía en que era un salto cualitativo y un paso delante del grupo, como músicos y compositores. Visconti supo extraer todo su talento consiguiendo que Thin Lizzy fueran mas allá de la etiqueta de hard rock. La banda, por su parte, quedó encantada con el trabajo del productor ya que repitieron alianza posteriormente. La gira que siguió a la publicación del disco fue apoteósica, estableciendo definitivamente a estos irlandeses dentro de la élite del rock británico de la época. En plena explosión punk, aprovechando el éxito de sus conciertos, publicaron su mítico directo Live & Dangerous, que pese a la leyenda negra que arrastra es hoy en día disco de referencia imprescindible para cualquier persona de bien.

La historia del grupo aún no se terminaría hasta varios años después, pero ahora no toca hablar de ello. Hoy nos deleitamos con la clase y el talento de unos tipos que contra todo y contra todos, atípicos hasta la médula, nos hicieron vibrar, reír, festejar y hasta derramar lágrimas de emoción con esta obra maestra, que fue publicada en 1977 pero que podría haber sido publicada 20 años antes, o 20 después, porque en realidad trasciende épocas, modas y tendencias. Uno de esos discos que desde el primer segundo hasta el último riff convierte cada audición en una experiencia mas allá de lo musical. Celebrémoslo apagando la luz, abriendo una botella de vino, pinchando una vez más Dancing In The Moonlight y reconciliándonos con la vida.