Por Carlos Kashmir.


Sé que como buenos fans de la música que somos, tenemos infinidad de ídolos, y cada vez que muere uno se convierte en una especie de ritual de tragedia, luto y reivindicación. Algunos mueren contra natura por una edad demasiado temprana, otros se pueden ver venir por enfermedades, adicciones o lo que sea, pero lo que está claro es que nuestros héroes más veteranos ya nos están dejando de forma tan natural como dolorosa. Petty no está del todo ubicado en esos parámetros, se nos ha ido sin avisar, 66 años hoy en día no es una edad para jubilarse en esto del rock, e infinidad de ejemplos hay para constatarlo. El verdadero drama es que no hay apenas relevos para tantas estrellas en el firmamento rockero que nos han abandonado o lo irán haciendo paulatinamente en los próximos años. Siento tan deprimente entrada, pero es que la muerte de Tom Petty no hace más que evidenciar que nos estamos quedando huérfanos, y al igual que nuestros héroes, va a ser que nosotros también envejecemos.

Thomas Earl Petty, oriundo de Gainesville (Florida) y de L.A. por adopción, al igual que millones de americanos y muchos de los músicos yankees más importantes de las últimas décadas, abrió la ventana del rock con Elvis (al cual conoció de niño en el rodaje de una peli) y con los Beatles cuando aparecieron en el Ed Sullivan Show. A pesar de contar con el total apoyo de su madre, Tom se refugió de los maltratos de su alcóholico padre en esas canciones de ElvisDylan o Beatles  (“escucharlos era como sentir que los marcianos hubiesen llegado a la Tierra con un mensaje nuevo”), y con un lema que ha llevado hasta el fin de sus días: “devolverle a la música todo lo que me dio”. Y vaya si lo cumplió sobradamente. A finales de los 80s cuadró el círculo cuando se convirtió en el pequeño de los hermanos Wilbury en LA SUPERBANDA (un dream team sin parangón) Traveling Wilburys, que formó juntos a ídolos suyos como George HarrisonBob Dylan o Roy Orbison, que le miraron como a un igual. Antes de eso ya se había labrado una carrera impecable junto a sus Heartbreakers, ejerciendo de líder en una banda fraternal de una precisión y feelin’ imbatibles, en la que el guitarrista de 24 quilates Mike Campbell siempre ha sido su mano derecha y el teclista Benmont Tench su mano izquierda. Petty era dueño de una pócima mágica que contenía las perfectas melodías beatlianas, las guitarras cristalinas y luminosidad californiana de los Byrds, la retranca y facilidad lírica de Dylan, la frescura de la new wave e incluso del primerizo punk, reflejando destellos británicos, y cosechando las raíces tradicionales americanas pero con contundencia rockera y sin purismos. Su abanico musical es asombrosamente amplio, aunque siempre con un denominador común, eso que se tiene o no se tiene: la CLASE.

Para mí siempre ha representado la mejor parte de América, como si las mejores vibraciones de los States me las transmitiera él. Es el sueño americano… ¡el verdadero sueño americano!, y como tal, él lo trasladó a varias generaciones porque supo conectar con ellas. Tenía mensajes para todos, era tan universal y a la par parecía como si hablase a cada persona a los ojos y con el corazón, con frases de aliento como “incluso los perdedores a veces tienen suerte” o “no darás un paso atrás”; de superación,“estoy aprendiendo a volar, pero no tengo alas” o “la espera es la parte más difícil, cada día consigues un paso más”; radiografió al americano medio en una época tan crucial como los 70s, brindando la redención en muchos temas; o nos acompañaba en nuestras relaciones más tormentosas en discos como “Wildflowers”; e incluso muchos temas tenían un punto de vista femenino, calando en la psicología de las mujeres que siempre fue un público que le demostró admiración.

Fue banda sonora de mi viaje a California, su música era perfecta para disfrutar de su radiante cielo azul, esos rayos de sol al amanecer y atardecer, sus palmeras, carreteras, bosques y olas. Y es que va camino de 20 años ya (qué rápido han pasado) cuando llegó mi primera toma de contacto con Tom Petty & The Heartbreakers. Fue al leer en Popular1 una crítica por las nubes de su reciénte y flamante “Echo”, y poco después ver a nuestro protagonista en portada al cubrirlo en su concierto final de gira en el Hollywood Bowl (último escenario que pisó hace menos de dos semanas). ¿Pero quién era ese rockero americano que aseguraban que tenía una clase infinita? Para averiguarlo tuve que comprarme el “Greatest Hits” que publicaron en 1993 tras “Into The Great Wide Open”, y grabármelo también en cassette para desintegrarlo y convertirse rápidamente (y hasta la fecha) en mi recopilata favorito de todos los tiempos. A partir de ahí me centré en su exuberante etapa noventera con Rick Rubin en la Warner, y comprobé que no sólo tenía un espléndido pasado, sino que estaba pasando en el presente una etapa verdaderamente brillante. Y eso que, según cuenta la leyenda, Tom cayó en coma falleciendo a mediados de los 90s, tras una pelea en un bar acompañado por Frank Sinatra, un tipo que era un imán para las trifulcas; sustituyéndolo los Heartbreakers, como ocurrió con Macca, por un doble, y encontrando unas cuentas referencias a este macabro episodio en canciones de “Wildflowers” o “Echo”. ¡Pues bendito impostor!

Entrando en el nuevo milenio, imposible olvidar la excitación de la salida de “The Last DJ”, que supuso su puñetazo definitivo a la codicia en la industria musical, con la cual desde comienzos de su carrera tuvo varios encontronazos y juicios. A pesar del malestar que provocó y los vetos que aguantó, Petty era profeta en su tierra, tenía tratamiento de superestrella, llenaba estadios y pabellones, y su voz y figura era de las más respetadas y queridas, llegando a ser admirado hasta por sus propios maestros. Lástima que en Europa no se erigiese, cuando virtudes tenía de sobra, como la alternativa a Bruce Springsteen, ya que sus incursiones al viejo continente no fueron numerosas, y eso retroalimentó el hecho de que en Europa no se atrevieran a arriesgarse los promotores por el caché millonario que sí tenía en USA. Aún así su parroquia era amplia y fiel, aunque tuviéramos que viajar fuera para verle, como fue mi caso. En el 2012 realizó su última gira europea, y donde pude verle por fin en el precioso teatro Le Grand Rex de París, siendo el primer concierto de mi hijo, en la barriga de su mamá. Es posible que a la tumba me lo lleve como el concierto más grande, emocionante y vibrante que he vivido, es posible, lo que sí es seguro es que nada ha sido superior y dudo que lo supere. Era mi objetivo número uno si salía a ver un concierto fuera del país, y cumplí mi sueño. ¡Runnin’ down a dream!

No quiero convertir esto en una carta sobre mi intensa relación con él, o en una simple biografía, solo quiero homenajearlo y poner sobre todo en relieve que nos deja un auténtico ORFEBRE y ALQUIMISTA de la música, que por ejemplo sabiamente dijo: “¿Hacer un disco? Tienes que tener la canción, entonces crear un registro. Creo que es lo mismo con una actuación en directo. Si el material es fuerte ya está el 90% allí. Siempre les digo a los jóvenes que es todo sobre la música, las canciones. El trabajo en las canciones, el trabajo en las canciones, trabajar las canciones”. Y sobre la música: “es la única magia real que he encontrado en mi vida. No tiene trucos en ella. Es simplemente pura y real. Te conmueve, te sana, comunica, y hace todas estas cosas increíbles.” Un currante plenamente dedicado a su arte, con varita y chistera, siempre en busca de la canción perfecta… y no cabe duda que en un buen puñado de ocasiones lo consiguió. Triunfó por su inabarcable talento a la vez que su música seguía transmitiendo autenticidad. Para colmo fue un tipo humilde y cercano, que se levantó varias veces, como de su desconocida adicción a la heroína ya con casi cincuenta años (de la que pudorosamente se avergonzaba); de la bancarrota que sufrió por enfrentarse a la discográfica antes de publicar el seminal “Damn The Torpedoes”; o del incendio en el que salvó a su familia pero perdió todo lo demás (excepto, ironías de la vida, su estudio musical), y cuya respuesta fue el radiante y radiable “Full Moon Fever”, una obra capital en su discografía en el que su hermano Wilbury, Jeff Lyne, le ayudó a barnizar de brillante pop su sonido. En su (ya triste) última etapa de su vida se dedicó más a bucear en las raíces americanas en el blueserísimo “Mojo” y resucitando Mudcrutch, la primera banda que formó en 1970, antesala de los Heartbreakers, y publicando su primer disco 33 años después de su disolución.

Tom Petty nos abandona, como en una última jugada maestra suya, rompiendo su corazón. Celebrando sus 40 años de carrera con los Heartbreakers, dando su último concierto, cómo no, en Los Angeles, cuando le quedaban dos más en NYC para acabar la gira. En estos días no paran de haber sentidos homenajes por medio mundo en forma de mensajes y versiones en directo de muchísimos temas por parte de multitud de celebridades, artistas y bandas de pop, rock y metal. Probablemente desde el fallecimiento de Bowie no ha habido tal torrente de muestras de afecto y tributos. Aunque suene a topicazo, era verdaderamente muy querido por sus compañeros, no hay más que ver la enorme lista de artistas que han tocado con él, desde Axl, VedderGrohl a Johnny Cash, Stevie Nicks e infinidad más.

No volveremos a ver su lacia melena dorada, su socarrona sonrisa, o escuchar su carismática y tan aguerrida como cálida voz nasal, ni tampoco acariciar o flamear sus Fenders y Rickenbackers en ningún disco nuevo o encima de un escenario. Tom nos deja terriblemente huérfanos y con el corazón roto, pero aunque sea imposible asimilar que no habrá más Petty, seguirá estando tan presente en mi vida como en los últimos veinte años, y acompañándonos hasta el final de nuestros días. Buen viaje amigo, aprende a volar, porque las alas te las has ganado.