Corría el año 1998. Las grandes bandas de Seattle estaban prácticamente enterradas, así como el movimiento musical que había reinado durante casi toda la década. La MTV cada vez emitía menos rock.
Y por ahí en medio estaba el señor Lanegan, ajeno al mundo, a las modas, para presentarnos un disco profundo, mucho más intimista y oscuro que sus dos discos predecesores hasta a aquel momento, así como también los que editó junto a su banda madre, Screaming trees.
Evidentemente el disco no tuvo un éxito comercial rotundo, y su reconocimiento llegó con el paso de los años, pero por aquel entonces sí le sirvió de trampolín para afianzar su carrera en solitario que se alarga hasta nuestros días.