Love es, sin ninguna duda, y aunque suene a cliché, uno de los discos que conformaron los pilares de mi educación musical, y que marcaron un antes y un después en la vida del que escribe estas líneas. Por ello, es un disco que no suelo escuchar a la ligera, sino que espero a que se alineen los planetas; es decir, tener el momento y marco mental adecuados. Y hoy es un día de esos.

Todo en este disco encaja a la perfección: Billy Duffy jugueteando con su guitarra y extrayendo mil florituras de ella, el bajo marcado e insistente del gran Jamie Stewart, los alucinantes juegos malabares de Mark Brzezicki con las baquetas (excepto en She Sells Sanctuary, en cuyo caso se trata del desaparecido Nigel Preston) y la actitud mesiánica de un esplendoroso Ian Astbury, como una especie de semi-Dios de alguna civilización olvidada. Todo ello envuelto en una atmósfera de misterio, psicodelia y oscuridad gracias a la producción de Steve Brown (The Godfathers, Manic Street Preachers). Una atmósfera que ya nunca volvieron a repetir porque, como ya sabemos los fans de The Cult, nunca venden el mismo disco dos veces. Como se suele decir, con Love rompieron el molde.

Love es un disco único en su especie, muy sui generis que, a pesar de haber aparecido en plenos 80, carece de la típica producción de la época, y por ello, es un trabajo absolutamente atemporal.

Tema destacado: huyendo de típicos, de tópicos y de singles machacados hasta la saciedad, y ante la imposibilidad de elegir un solo tema, me decanto por Revolution. Esos coros finales son alimento para el alma.