Texto y fotos: Kashmir
Madrid. Sala Arena (31 de Marzo de 2016)


Los canadienses aterrizaron este jueves en Madrid a bordo de su avión cargado de hard rock, psicodelia, kraut, synth-pop, stoner, prog y folk. Un avión majestuoso, tan futurista y vanguardista como ya de otra época anterior, igual que el Concorde que aparece en la Hipgnoisana portada de “IV”, su flamante nuevo disco. Buen ambiente en la Sala Arena, rockeros, fumetas, pijipis, más féminas de lo habitual,.. aunque con cierto miedo por su complicado sonido y equipo más que cascado (ese zumbido!!). O se ponen las pilas buscando mejoras en la acústica, sonorizaciones y equipos, o deberían los promotores apostar más por otras salas de la capital.

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La banda apareció un poco después de la hora prevista, con una pantalla detrás en la que salía la portada del «IV» en tonos amarillos (igual porque también estaba cascada), pero que durante el concierto estuvo apagada hasta los bises. Aunque el escenario tiene su encanto, contaron con una escenografía austera, humo, iluminación oscura; sólo ellos y su música. El centro, tanto de atención como del escenario, le pertenecen a Amber, cuya presencia desafiante se torna mística por su gélida actitud, como si de una diosa de témpano se tratase. Habrá quien diga que es sosa, pero realmente esos escasos movimientos, contoneos y miradas al infinito es lo que le pegan a la música que escuchamos. A su izquierda ya está el líder en las sombras Stephen, que destila mucha más energía al cantar y tocar su guitarra. Y a su derecha Jeremy, la otra fuerza visual y musical de la banda, un portentoso teclista en la tradición de los Emerson, Wright o Wakeman, derrochando imaginación y dotando a los temas de una riqueza y dimensión sin límites. La pegada de Joshua también destaca en la banda, pero él y el zumbado de Brad al bajo quizás se lucieron menos porque el sonido de la sala no se lo permitió.

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Vienen a presentarnos un disco tan triunfal como “IV”, y sabedores de lo que tienen en sus manos lo tocan casi en su totalidad, como debe ser. Comenzar con “Mothers Of The Sun” es un golazo por toda la escuadra, ya que es un tema que resume perfectamente lo que son los de Vancouver, tan místicos y delicados como Amber, como poderosos e intensos representado por Stephen en la otra cara de la moneda, y todo ello lo envuelven los imponentes teclados y synths Moog de Schmidt. Tras estar ojipláticos y regresar de la hipnosis que nos acaban de practicar, “Florian Saucer Attack” levanta a la parroquia con uno de los temas más vitales y alegres de su catálogo, y alzamos el puño al ritmo de “zero one data one two one two”. Sin tiempo de bajar el puño escuchamos los primeros acordes y potentes riffs de “Stormy High”, y el público ovaciona y canta un clásico ya de su repertorio que abría “In The Future” (2008).
Del “IV” destacan en esta noche la mágica “Defector”, que transmite la perfecta comunión entre las voces, misteriosos synths y guitarras precisas y contenidas, con un estribillo a lo “Young Lust” de Pink Floyd. La postmoderna, onírica y muy ochentera “You Can Dream”, que da paso a “Line Them All Up”, para que Amber nos sobrecoja y saque a bailar un vals de folk épico. Pero sobre todo, uno de los puntos álgidos de la noche es “Space To Bakersfield”, donde un inmenso McBean resucita a Eddie Hazel y nos regala la “Maggot Brain” de este siglo, haciéndonos la banda levitar unos centímetros mientras la sinergia de Funkadelic y Floyd no podía ser más perfecta.
“Wilderness Heart” o “Dragonaut” son temazos que se integran en el set list perfectamente. Pero los momentazos más lisérgicos y prog llegan con “Tyrants”, una joya barroca y exquisita que bien serviría de himno para cualquier guerra medieval; y en los bises con la banda ya desatada en la contundente y mesiánica “Don’t Run Our Hearts Around”, y sobre todo en ese final con “Wucan”, un sublime ejercicio de pura sugestión que nos volverían a dejar en estado catatónico. Antes de volver de ese último viaje la banda se despidió casi sin darnos cuenta.

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Black Mountain son ya un clásico de nuestro tiempo, con una discografía casi impoluta y pletórica, y una experiencia en directo digna de vivir. Sólo se llegó a deslucir algo por los problemas de sonido, donde al parecer en otros puntos de la sala se notaron incluso bastante más. He de mencionar que en contraste a esa actitud ceremonial de la banda en escena, tras el concierto pudimos comprobar que toda la banda son gente muy amable y simpática, Stephen es un puñetero cachondo mental, dibujando extrañas figuras en lugar de autógrafos, haciendo selfies con un gorro a lo Wally, y Amber… es un cielo y huele muy bien. Definitivamente el pasado, presente y futuro del rock está en buenas manos con bandas como Black Mountain.