Decía Henry Rollins que sólo puedes confiar en ti y en los cuatro primeros discos de Black Sabbath. No le falta razón al Hombre Más Enfadado Del Mundo, aunque yo añadiría también los cuatro primeros discos de Danzig, que son de intachable factura, y es complicado decantarse por un favorito. En mi caso, probablemente me incline por su cuarto disco, que lleva el enigmático título 4P y que hace una velada referencia a The Four P, un culto satánico con base en los U.S.A. Sigue estando el infalible Rick Rubin tras los controles, característico por otorgar ese sonido tan sobrio y austero a sus producciones, aunque en este caso llevando a 4P hacia terrenos, si cabe, más oscuros y tétricos. La portada, negra con una especie de alegoría al logo de Danzig y unos caracteres ocultistas originales de la Alemania Medieval, y la foto interior que muestra a los cuatro miembros del grupo metidos en ataúdes mientras un personaje sospechosamente parecido a Clinton estrecha la mano a un policía, ya nos da indicios de lo que podemos encontrar en el disco. En efecto, reina una atmósfera tan opresiva que se casi se puede palpar, fruto del buen trabajo de Rubin en la producción, que se acentúa con algunos efectos de sonido como ese látigo que se escucha insistentemente a lo largo de «Sadistikal», o las guitarras invertidas en «Cantspeak» y que confieren al disco esa sensación claustrofóbica, polvorienta, mugrienta y absolutamente maligna; un genio a la hora de transformar las canciones de Danzig en atmósferas de pesadilla. Atmósferas que casan perfectamente con los riffs monolíticos de John Christ (discípulo privilegiado de Toni Iommi) y la batería tribal del nunca suficientemente ponderado Chuck Biscuits. Después de 4P, no sólo se rompieron los moldes, sino que se produjo una desbandada de la formación clásica de Danzig y el sonido viró hacia terrenos más industriales con Blackacidevil, pero eso ya es otra historia.