The Cadillac Three
Madrid – Sala Changó. 22 de noviembre de 2016.
Crónica por Francis Sarabia.
Atención que este puede haber sido uno de los conciertos del año. La primera visita de la banda de Nashville a tierras españolas fue una de esas actuaciones que se quedan en la retina para siempre, concierto de los que uno se siente afortunado por poder haberlo presenciado, porque sabe que muy pocas veces se ve algo así. Y es que una banda en estado de gracia, todavía muy joven, con un par de discos en el mercado, con esas ganas enormes de comerse el mundo y en una forma tan buena como pudimos ver en la Sala Changó de Madrid, no se encuentra a menudo.
Los conciertos en día de semana no suelen tener una afluencia de público demasiado importante, pero en esta ocasión, un martes, sin llegar a llenar, la sala presentó una entrada bastante decente. Por otra parte, era su primera y única actuación en España y la última en Europa en este tour, antes de volver a USA. Si a esto le sumamos que en los últimos tiempos han ganado importantes premios, han sabido rodearse de personajes tan ilustres como Steven Tyler (colaborando incluso con la banda en directo), que alguno de sus componentes ha participado en su disco en solitario y que el grupo viene de llenar prácticamente en casi todos los conciertos de su gira, es fácil entender que hubiera tal expectación por presenciar un show de los americanos y saber cómo se las gastan en directo.
La banda telonera, Red Apple, no gozó del mejor sonido, aunque el público los recibió con aplausos en cada tema y dejaron en general un buen sabor de boca en su actuación cercana a la hora de duración. Este trío madrileño, cuyo último disco se titula Pow Pow, y que lanzaron en enero de este mismo año, practica rock con influencias de los 60 y 70 y está en activo desde 2006, contando con cuatro discos publicados en total.
Tras algún chequeo en el sonido y con una pantalla de fondo que lucía el logo del grupo, Jaren Johnston, Kelby Ray y Neil Mason salieron a escena con una botella de Jack Daniels y una sonrisa en la cara que no se les borraría en toda la actuación. Con simpatía y buen rollo a raudales, cayeron canciones de sus dos discos, aunque se centraron sobre todo en el último Bury me in my boots. Haciendo gala de de esa frase que es letra de una canción, nombre de la gira y ya un lema en cada uno de sus conciertos, Don´t forget the whisky, hicieron sonar entre trago y trago canciones como Slide, I´m southern, Tennessee Mojo, Party like you o Soundtrack to a sixpack, e incluso se atrevieron en un interludio con un trocito de Enter Sandman, algo más anecdótico que otra cosa. No hubo más versiones que unos segundos del riff de Metallica, porque sus propias composiciones fueron más que suficientes para tener al público contento y más que satisfecho.
La banda suena con peso y potencia, y van sobrados de actitud. En ningún momento echamos de menos la presencia de un bajista, ya que esa tarea recae en Kelby Ray, que es quizá quien muestra más simpatía, y en el que recae la mayor parte del peso musical de la banda. Aunque esté sentado durante todo el concierto, pegado a sus pedal y lap steels, no deja de animar y de interactuar con el público. Incluso se levantó en un momento de la actuación para regalar una púa a alguien de las primeras filas que llevaba una camiseta idéntica a la suya, con el logo en forma de cruz del Appettite for destruction, de Guns and Roses. Jaren Johnston es un gran frontman, con chulería y carisma, y aunque no es un gran guitarrista, cumple con su papel en el instrumento y las voces con nota alta. Neil Mason con su batería en el centro del escenario, fue el que más apegado estuvo a su querida botella de Jack Daniels. Casi no se separó de ella hasta el final de la noche, y mientras aporreó la batería con clase y contundencia. Después de dar un buen repaso a sus dos discos de estudio, y de hacer un solo de batería en el que participó también Jaren Johnston, dejando su guitarra mientras a un fan de la primera fila, dijeron adiós con el tema que siempre dejan para el final y que es un orgulloso homenaje a su tierra natal, Nashville. The south sonó de maravilla y nos dejó cantando su pegadizo estribillo mientras la banda se despedía, no sin antes dar como regalo la botella de Jack a la gente del público para acabársela. Todo un detalle para poner fin a una auténtica fiesta.
Después del concierto, mucha gente esperando que salieran para firmarles y charlar un rato con la banda, espera que fue en vano, porque el trío se marchó directamente al hotel dejando a los fans con las ganas. Otra vez será. Mientras tanto, nos fuimos con la satisfacción de haber disfrutado algo muy grande. Ojalá vuelvan pronto.