Echar la vista 35 años atrás es siempre complejo. El tiempo tiende a distorsionar la percepción de la realidad y así crear mitos, leyendas (urbanas o no) y a transformar la tragedia en comedia o la brutalidad en heroísmo. Si hablamos de música rock, no tenemos la necesidad de mostrarnos tan trascendentes. Pero también es arriesgado recordar ciertas bandas y discos; sobre todo, si hablamos de un título tan increíblemente mitificado como es The Number of The Beast de Iron Maiden. Más de tres décadas desde la publicación de este disco hacen que podamos tener una perspectiva alejada de fanatismos y de la inmediatez de la novedad. Y ahí es donde debemos discernir cuánto hay de mito y de realidad. Mucho se ha escrito sobre Iron Maiden en 1982, y mucho se seguirá escribiendo. Porque sí, en efecto, estamos ante uno de esos casos en que el término “leyenda” no es solo merecido, si no que diría que es adecuadísimo.


No estamos ante un disco de heavy metal, no, estamos ante una obra que va mas allá. The Number of The Beast ES el heavy metal. En todos los géneros musicales hay obras reseñables, pero están además esas que podríamos considerar canónicas. En el caso del metal, posiblemente podríamos hablar de Paranoid, British Steel o Master of Puppets (entre otros). Y desde luego incluiría sin dudarlo a este trabajo de Iron Maiden. Pensar en heavy metal es pensar en Bruce Dickinson, en Steve Harris apuntando con su bajo al público, en Eddie y en el estribillo coreado a voz en grito de “Six, six, six, The Number Of The Beast!!!!”.

Como es habitual en el caso de muchos discos míticos, su creación estuvo plagada de dificultades. En 1981, Iron Maiden, tras la publicación de Killers, era una banda bastante popular, sobre todo en Gran Bretaña. No habían dado el salto al estrellato, pero su número de fans iba en aumento desde la fundación de la banda. Sin embargo el ascenso no estaba resultando fácil. El cantante Paul Di’Anno se había distanciado del resto de la banda y su estilo de vida empezaba a hacer que su rendimiento se resintiera. Hasta que en un momento dado, por temor a que su actitud echara por tierra todo el trabajo de los años precedentes e hiciera saltar por los aires al grupo, Steve Harris lo despidió sin que le temblara el pulso. Quizás fuera necesario, pero el cambio de vocalista y frontman es siempre un cambio muy arriesgado, y pocas bandas sobreviven a él. En el caso de Maiden, no solo sobrevivieron, sino que la sangre nueva que aportó la incorporación de Bruce Dickinson representó el empujón que la Doncella necesitaba para seguir creciendo.

Bruce, hasta 1982, había sido cantante de la banda Samson, y Steve Harris junto al manager y mano derecha del bajista, Ron Smallwood, se fijaron en él y decidieron que reunía las características que buscaban. Su personal voz, su imagen y su carisma en escena, algo que pudieron comprobar tras ver la actuación de Samson en el Festival de Reading, fueron una combinación que sedujo a Harris. No sabremos qué habría pasado de haber continuado Di’Anno, o de haberse decantado por otro cantante, pero desde luego sabemos lo que sucedió tras la incorporación de Bruce. Hoy en día, si uno piensa en Iron Maiden, una de las primeras imágenes que asociamos es la de Bruce Dickinson micrófono en mano.

Una vez que la banda ya disponía de reemplazo para la vacante de Di’Anno, se encerraron en los Battery Studios londinenses, con Martin Birch como productor y durante los meses de enero y febrero darían forma al nuevo trabajo que sería una importantísima prueba de fuego para el grupo. Sesiones en las que hubo varios incidentes extraños. Se cuenta incluso la historia de que el productor se vió envuelto en un estrambótico accidente de tráfico, chocando contra un autobús que transportaba a una serie de monjas (sí, ¡Monjas!). Para colmo, la factura de la reparación de los desperfectos del dichoso autobús ascendió a… sí, lo habéis adivinado… 666 libras esterlinas. Anécdotas a tener más o menos en cuenta, pero que en su momento fueron utilizadas como publicidad extra. Entre los miembros del grupo, sin embargo, reinó un buen ambiente de camaradería, y todos aportaron ideas a las composiciones. Por razones legales Dickinson no pondría su firma en ninguna de las canciones, pero se sabe a ciencia cierta que colaboró en la composición de varios temas. Sin embargo, en el momento de registrar las canciones, estaba bajo contrato con su anterior banda y legalmente no podía figurar como compositor en canciones de nadie más, por lo que en el disco solo figura su nombre como vocalista, siendo el principal compositor Harris, aunque con aportaciones de Adrian Smith y Clive Burr .

Entre fans y críticos había mucha expectación acerca de cómo sonaría el nuevo trabajo del grupo. Se mascaba en el ambiente cierta sensación de que Maiden iban camino de ser “The Next Big Thing” por lo que entre eso y el cambio de cantante, los miembros del grupo se sentían como estudiantes ante el examen mas importante de su vida. El 12 de febrero, finalmente, se despejaba la incógnita y se publicaba un single a modo de adelanto. Steve Harris y los suyos esperaron el veredicto del público en vilo, como gladiadores romanos pendientes de si su emperador decidía perdonarles la vida o hacer que fueran ejecutados. Y el veredicto fue claro y contundente. Run To The Hills se convirtió en pocas semanas en un himno coreado por centenares de miles de fans. Muchos ya eran seguidores y otros muchos conocieron en ese momento a la Doncella. A partir de ahí su fama se multiplicó. Y por supuesto, 35 años después, Run To The Hills sigue siendo una de esas canciones que ya han pasado a ser mas que eso. Se ha convertido en un himno generacional. En España por ejemplo, junto al Naranjito y las famosas elecciones que llevaron a Felipe González al poder, figura en el subconsciente colectivo la imagen de heavys del extrarradio de las ciudades, litrona en mano y con un radio cassette haciendo sonar a todo volumen Run To The Hills, en muchos casos en una de aquellas cintas TDK, que era el método de “intercambio y difusión de música” pre Napster.

Finalmente, tal día como hoy, en 1982, veía la luz el disco completo. Con una impactante portada a cargo de Derek Riggs, en la que un gigantesco Eddie, controlaba a Satán como a un títere y éste, a su vez, a un mini Eddie. La ilustración causó cierta controversia en la puritana Norteamérica en donde llegó a haber quemas de discos organizadas por algunos grupúsculos de fanáticos religiosos, que llegaron también a manifestarse delante algunos recintos en los que tocaría la banda en alguna de sus giras cuando cruzaban el océano. Más allá de polémicas, el disco era un sólido pelotazo de metal que desde su comienzo hasta su final, no daba tregua ni respiro. Sin altibajos ni rellenos, cada canción está trabajada en todos sus detalles. El inicio, con The Invader, abría fuego con una canción rápida en la que Dickinson se dejaba la garganta. Rápida y heavy, a su fin, dejaba paso a uno de los grandes himnos del disco, Children of The Damned, mas pesada y atmosférica. Inspirada en las películas El Pueblo de los Malditos (Village of The Damned) y Los Hijos de los Malditos (Children of The Damned), es un tema de estructura compleja con varios cambios y representa el tipo de canción en el cual la banda se sentirá siempre mas cómoda.

No sería Children Of The Damned la única canción que se inspiraría en influencias externas del cine o la televisión. The Prisioner, con el mismo título que la célebre serie de la televisión británica protagonizada por Patrick McGooghan, incluye a modo de introducción, la entradilla que se repetía al inicio de cada capítulo. La canción que daba título al álbum, se convirtió también en otro clásico metalero de esos que trascendió el género y llegó a sonar en todo tipo de emisoras de radio. Harris se inspiró en parte en la película La Profecía (The Omen)en el inicio, el actor Barry Clayton lee un pasaje del Libro de las Revelaciones. Una canción que llegó a estar en boca de todos y que conocen personas de todas edades y condiciones. Y que, de paso, aportó motivos para que los mas fanáticos religiosos los señalaran como portavoces de Satán. Que cosas. Otro clásico que se incorporaría al repertorio de los directos de la banda sería Hallowed Be Thy Name, una canción épica y compleja que, desde que vió la luz es una de las favoritas del grupo en general, y de Dickison en particular. Una canción que trataba de un preso condenado a muerte en los momentos previos a su ahorcamiento. Al igual que Children Of The Dammed o The Number Of The Beast, era otro de los temas que dejaban ver a las claras la línea que pretendía seguir Harris en el futuro. Estratégicamente situada dentro del tracklist constituía un cierre magistral del disco. Tras haber escuchado los siete temazos anteriores, un cierre así, era la guinda del pastel. No es que eso sea decisivo. Podría haber figurado en otro lugar, pero creo que su posición de último tema de la cara B le dio a la canción un pequeño plus.

Si bien con Paul Di’Anno a las voces la banda apuntaba a temas mas rudos y directos, el bajista, consciente de que en Dickinson tenía un cómplice con más talento y recursos, comenzó a orientar sus composiciones en otra dirección. Perdiendo cierta inmediatez y suciedad, pero ganando en calidad, claramente. Prueba de ello son los temas de los que hemos hablado, favoritos de muchos fans así como del propio grupo. La edición original, en vinilo, se compuso de ocho canciones. Por motivos de espacio, el grupo hubo de dejar fuera una de las canciones que tenía preparadas. El tema descartado sería Total Eclipse y figuraría como cara B del single Run To The Hills. En la reedición en CD de 1998, se incluiría el tema como parte del disco, concretamente, entre Gangland y Hallowed Be Thy Name. Tras la publicación de The Number of the Beast, Iron Maiden se convirtieron en súper estrellas mundiales y abanderados, junto a Saxon y Judas Priest, de la New Wave of British Heavy Metal. Los pequeños clubs en sus giras dieron paso a los grandes recintos y los espectaculares montajes escénicos. Por otro lado, la formación continuaba sin estabilizarse del todo y este sería el último trabajo en el que Clive Burr participaría, siendo posteriormente sustituido por Nicko McBrain.

En 2012, treinta años después de su publicación, en una encuesta de la tienda online HMV, este trabajo fue elegido como el mejor disco de rock británico de la historia por los fans, imponiéndose a bandas tan míticas como The Bleatles, The Who o los Stones. Casi nada. Y en pleno 2017, seguimos puño en alto coreando el número de la bestia con tanta fuerza y pasión como nuestra garganta nos permita, demostrando que por muchos años que pasen y muchas modas que vengan, lo que fue concebido con vocación de clásico, como clásico permanecerá por los siglos de los siglos.

Y de padres a hijos se pasará el testigo que hará que la realidad se torne en una leyenda del metal que alcanzará, al grito de Up The Irons!!!, la inmortalidad.



CARA A

  1. Invader
  2. Children Of The Damned
  3. The Prisoner
  4. 22 Acacia Avenue

CARA B

  1. Run To The Hills
  2. The Number Of the Beast.
  3. Gangland
  4. Hallowed Be Thy Name



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