Escrito por Carlos Salvador.


Se cumplen treinta años de la publicación de Electric, el disco que significó un punto y aparte en la carrera de The Cult. Una obra capital del hard rock y el culto al riff que sigue siendo un trabajo único dentro de su discografía. Pero para Ian Astbury y Billy Duffy, cantante y guitarrista alrededor de quienes siempre ha girado el grupo, el parto no fue fácil. Tras los discos Dreamtime (1984) y, sobre todo, Love (1985), el éxito les empezaba a sonreír. Love era un excelente disco que podría encuadrarse en el rock gótico de la época, con el que habían ganado una cada vez mayor legión de fans y unas ventas a tener en cuenta. En parte porque no era un disco de canciones frías y lúgubres como mandan los cánones siniestros, tenía cierto romanticismo, ramalazos de psicodelia y aullidos de guitarra a lo Hendrix. Cambiaba los cuerpos muertos por sexo y misticismo. Y funcionó. ¡Cómo no iba a hacerlo con singles perfectos como Rain o She sells sanctuary!

Lo fácil y lógico habría sido seguir por el mismo camino, pero durante la gira de presentación de Love las canciones ganan cuerpo y fuerza, distorsión y electricidad, sonando más enérgicas que en el estudio. Es así como presentan los embriones de lo que sería su siguiente disco. Estamos en 1986 y The Cult, aún con el añorado bajista Jamie Stewart como parte fundamental del grupo, graban varias de esas nuevas canciones en programas de radio o sesiones de estudio como pruebas para el disco definitivo. Y se produce algo curioso, del rock gótico y psicodélico unido a unos ramalazos hard rockeros cada vez más evidentes, surgen unas canciones que por momentos recuerdan a lo que hacían ese mismo año Jane´s Addiction con unas influencias parecidas. No hay más que escuchar el inicio de la primerísima versión de Peace dog.

Siguen girando y puliendo las canciones, llegando finalmente el momento de meterse en el estudio, de nuevo con el productor de Love, Steve Brown. Con la intención de publicarse bajo el nombre de Peace, el disco tiene unas canciones buenas, muy buenas, pero no avanza lo suficiente lo conseguido en Love ni tiene unos singles potenciales a la altura de los de éste. El grupo lo sabe y no tiene claro que sea eso lo que buscan, más aun tras una gira en la que los clichés del R´n´R han estado bien presentes. Parón y a meditar. A instancias de Ian Astbury, verdadero culo inquieto del grupo, contactan con Rick Rubin, productor que estaba ganando fama a pasos agigantados tras sus trabajos con Slayer en el apabullante Reign in blood y varios combos de hip hop. El detonante para trabajar con él es el Licensed to ill de Beatie Boys, disco que adora AstburyRubin les plantea la cuestión principal, si lo que quieren es hacer un disco de rock directo hay que dejarse de ostias y olvidarse de estar en tierra de nadie. Y todo cambió. Con los riffs de Led Zeppelin II, la sencillez compositiva de AC/DC, y la chulería, vicio y sexo chungo de los Rolling Stones, nace Electric.

Ya desde el título las intenciones están claras. De nuevo una palabra para llamar al trabajo, pero la secuencia onírica y hippiosa de Dreamtime-Love-Peace desaparece. Los trajes pomposos, el maquillaje y el amaneramiento escénico cambian por una estética y una actitud de rock macarra. Entran el cuero negro, las botas vaqueras y las cruces de hierro alemanas. Y las canciones, claro. Desnudan a lo más básico los temas ya registrados en Peace, pero todo se basa en el riff, y ahí Duffy se gana a pulso lo de ser “el Jimmy Page del punk” como dijo una vez Astbury. No hay un momento de respiro, ni un medio tiempo, y mucho menos algo que pueda llamarse balada. Duffy escupe uno detrás de otro riffs que son parte del mejor rock hecho nunca en las islas británicas, llenando las canciones con solos sucios y violentos. Y Astbury se alza como uno de los mejores cantantes de su generación, digno heredero a ocupar el trono dejado por Jim Morrison con esa voz ya inconfundible. Ni rastro tampoco de voces agudas tan habituales en el hard rock de la época. Además, el sonido que consigue Rubin es seco y duro, con los bajos y los bombos bien marcados, alejándose totalmente de lo que uno identifica con el “sonido 80´s” de sintetizadores y baterías y guitarras con eco.

Y lo que podría haber sido un disco lleno de plagios a otras bandas y a riffs escuchados millones de veces, no se sabe muy bien por qué sonaba fresco y poderoso, con personalidad y carisma. Tal vez porque entonces NADIE sonaba así. Siendo The Cult un grupo al que han acusado de seguir las modas y estilos, por primera vez ellos llegaron justo antes de la explosión hard de finales de década. Con un disco de rock clásico. Hay que joderse… Haced la prueba, poned el disco. Por primera o por millónesima vez, da igual. Es empezar Wild flower y sentir que ese día no te lo puede estropear nada ni nadie. La influencia Zeppelin es evidente en los riffs de Memphis Hip Shake o King Contrary Man, con esa letra en la que un pobre chaval acaba vendiendo su alma al diablo. Incluyen una versión del Born to be wild de Steppenwolf como declaración de intenciones la cual, tras un inicio que no se sabe muy bien hacia dónde se dirige, acaba resurgiendo gracias a un aceleradísimo Duffy. Y canciones monumentales como Peace Dog hacen del Lp un bloque homogéneo del que es imposible separar nada. No es casualidad que a diferencia de otros de sus discos en la versión en Cd no añadieran ningún tema extra. No tenía sentido incluir nada más.

Porque por si fuera poco, los tres singles publicados se encuentran entre lo mejor que han hecho nunca. Wild flower y Lil´devil con sus riffs sencillos pero de una efectividad inmediata, y Love Removal Machine con ese guiño al Start me up stoniano y un final con el cual es imposible no venirse arriba. Tres singles que en su carpeta tenían el ya clásico logo de la portada. El mejor que hayan tenido nunca. Varias emisoras de radio británicas se negaron a hacer sonar los singles del disco, demasiado rock y demasiada distorsión para las emisoras comerciales. Pero el público respondió. En ventas y en una gira donde se juntaban rockers, punks, góticos, heavies, y casi cualquier tribu, algo realmente extraño en aquellos años de encasillamiento. Nunca se les ha reconocido el haber sido de las primeras bandas que rompieron barreras en su público adelantándose a lo que pasaría en los 90. Con sólo tres discos y un repertorio sin fisuras, ese verano se llevaron de teloneros a unos casi desconocidos Guns N´Roses que acababan de publicar Appetite for destruction, y en un par de años, con el también imprescindible Sonic Temple, consiguieron la conquista de América…pero esa es otra historia.

Electric quedó en aquel 1987, y aún hoy lo es, como uno de esos discos que pueden definir por sí mismos lo que es el rock. Y eso no es tan fácil.