Sello: Heavenly Recordings.
Crítica por John Custer.
Mark William Lanegan prosigue evolucionando en su interminable odisea en busca de la discografía perfecta. Nos llega ahora su octavo disco en solitario, si no contamos sus dos geniales discos de versiones, sus discos a medias con Soulsavers, Greg Dulli o Isobel Campbell, y sus infinitas colaboraciones, todos rayando a gran altura. Y lo hace entrando de lleno en el rock y los sintetizadores con raíces inglesas de los 80. Si bien ya había tocado esos palos en el grandísimo Blues Funeral y en el mediocre Phantom Radio (¿su único traspiés?), ahora Joy Division, Sisters Of Mercy, o incluso los U2 del Joshua Tree son los principales referentes estilísticos.
Los adelantos Nocturne y Beehive con sus líneas de bajo tan post punk ya lo presagiaban, y efectivamente el disco sigue en esa línea y no defrauda. Además como viene siendo habitual, Lanegan se ha rodeado de colaboradores de lujo, desde el productor del disco y guitarrista principal en la grabación, Alain Johannes, al batería Jack Irons, Greg Dulli, Rob Marshall o al mismísimo Josh Homme haciendo coros.
El disco se compone de varios medios tiempos y canciones lentas marcas de la casa, y solo la «hommiana» Emperor, o su primer contacto con el post rock de Drunk On Destruction, rompen un poco con esa tónica, quedando todo bastante equilibrado, con la voz acojonante del de Washington por encima de todo, en uno de sus mejores trabajos vocales probablemente, con un vibrato y un dominio de su instrumento tremendo que sigue sorprendiendo a los que llevamos 25 años siguiéndolo. Hacer mención a las letras, tan introspectivas y espirituales como acostumbra.
Un disco ideal para escuchar de noche y perderse en él, que crece con las escuchas y seguramente se convierta en uno de sus clásicos con el tiempo.