Crónica por Jaime Taboada.
La vida no ha tratado demasiado bien a Cracker. O sí, depende de cómo lo veamos. Tras más de 25 años de carrera, tocan un sábado por la noche en una sala ante unas doscientas personas. Una banda que en 1993 llegó a tener algo parecido a un hit como fue Low, y que en 2017 se mueva en este tipo de pequeñas salas no deja de ser algo un tanto descorazonador. Por otro lado, nacidos en plena era grunge, pueden presumir de haber sobrevivido siendo fieles a su estilo, cuando los grandes nombres de aquella época cayeron hace mucho tiempo o malviven de reuniones más o menos afortunadas.
Lo que está claro es que Cracker nunca fueron una banda convencional, ni en el aspecto musical ni en la forma de enfocar la carrera. Si hay un grupo al que las palabras “independencia” y “alternativo” le vengan como anillo al dedo, esos son ellos. David Lowery y Jonathan Hickman llevan haciendo lo que quieren y cuando quieren desde hace mucho tiempo, y nunca han querido ser rehenes de sellos discográficos, managers o de turbios manejos de la industria musical. Así, han alternado periodos de actividad febril con otros en los que espaciaban más sus discos y conciertos. Pero siempre estuvieron ahí, y tanto en el estudio como en directo el nivel nunca ha decaído. Y parece que últimamente además le han cogido el gusto a girar por Europa y a hacer abundantes fechas en España. Tras su apabullante visita a finales de 2015, en enero de 2017 nos enteramos de que volvían a nuestro país. Y por suerte, Vigo volvía a estar incluida en el itinerario. Así, el sábado 13 de mayo, teníamos una cita con esta gran banda en la mítica sala La Iguana.
Al igual que en su anterior visita, la banda estaba en la carretera de nuevo con la “excusa” de la presentación de su último disco Berkeley To Bakersfield, pero teniendo en cuenta que se puso a la venta en 2014 sabemos que en realidad lo de promocionar el disco era un mero pretexto. Lo importante era poder disfrutar de su directo y punto. Y vaya si lo disfrutamos. El comienzo ya fue inusual para un un concierto de rock. Y más siendo un sábado noche, con una audiencia predispuesta a rockear. Pero tal como comentaba un poco mas arriba, Cracker siguen su propio camino y el inicio fue con el tema Dr.Bernice interpretado a dúo por David Lowery y Johnathan Hickman junto al músico que toca el pedal steel. Uno de esos momentos que muchos grupos reservan para mitad de su repertorio para así poder tener un cierto momento de respiro, pero que ellos sitúan como pistoletazo de salida. A partir de ahí, ya con sección rítmica en el escenario, durante cerca de dos horas lo que vimos y vivimos fue un grupo inspiradisimo y en el que hubo cabida para todo, en un vertiginoso crescendo. Alternaron con mucho tino y acierto canciones más acústicas y lentas con otros trallazos rockeros y, conscientes de la popularidad de su disco Kerosene Hat, se apoyaron en él para protagonizar muchos de los momentos álgidos de la noche. Low, Movie Star (¡bravo!) o Sweet Potato son temas que nunca fallan. Y el sábado no lo hicieron, desde luego, siendo todos ellos coreados con devoción. Y sonando además muy muy potentes. En varios momentos se podía percibir que Lowery forzaba al máximo su garganta. Un tipo que realmente puso toda la pasión del mundo. Hickman, por el contrario, era quien llevaba la voz cantante cuando afloraba la faceta mas clásica y country rock. Se le ve realmente cómodo con ese sonido mas tradicional y además demostró una clase y una finura con su guitarra al alcance de pocos. En ese aspecto estuvo bastante claro por donde van los tiros en el seno de Cracker. Una especie de “división de poderes” que permite a estos tíos pasar de un tema country acústico a otro de rock alternativo eléctrico sin despeinarse. Y en ninguno de los dos casos, como pudimos comprobar el otro día en el escenario de La Iguana, sonaban impostados o forzados. Todo lo contrario, se veía que abarcaban una gran variedad estilística con total naturalidad. Y a ello ayudaba la presencia de ese pedal steel, cuya incorporación al grupo me parece un tremendo acierto. Discretamente, en un segundo plano, pero aportando mucho mas de lo que pueda parecer a simple vista.
No se puede decir que sean las personas más comunicativas del mundo cuando están en el escenario. Hickman prefiere dejar que su guitarra hable por él, sin necesidad de poses, largos discursos de peloteo al público o numeritos similares. En ese aspecto, tanto él como Lowery se comportan de manera parecida. Su profesionalidad y su pasión son incuestionables, pero no son el tipo de músicos que cuenten historias sobre las canciones o traten de hacer chistes o comentarios supuestamente ingeniosos. David dio las gracias en alguna que otra ocasión, pero no pasó de ahí. Lo cual está muy bien por otro lado. Cuando digo que el sábado disfrutamos de dos horas de rock´n´roll, hablo de dos horas de verdad. No de hora y pico estirada con bromas, palmas, solos interminables, etc. Pero al final, lo que realmente importa no es la duración de su concierto ni su imagen ni lo que pudieron decir en un momento dado. No, lo que realmente importa de un concierto de rock´n´roll es que transmita emoción, sentimiento, alegría, tristeza, melancolía, etc, lo que sea, pero que no produzca indiferencia. Que deje una huella, un poso y un recuerdo. Y doy fé de que Craker nos dieron eso y mucho más. Nos dieron la magia que solo los verdaderamente grandes llevan dentro. Y de grandeza estuvieron, desde luego, sobrados.
Sobre las dos y pico de la madrugada, se retiraban del escenario y nosotros volvíamos al mundo real, pero convencidos de que durante dos horas habíamos vivido dentro de un sueño. El despertar y la vuelta a la normalidad sería duro, pero el recuerdo que llevaremos grabado en nuestra memoria, no nos lo arrebatará nadie. Y quien sabe, ya dice el refranero que no hay dos sin tres. O sea que, con suerte, quizás en otro par de años nos visiten nuevamente. Si lo hacen no faltaré a la cita. Y vosotros, amigos, tampoco deberíais. ¡Larga vida a Cracker!