Escrito por Rafa Diablorock
En los 90 se formó un embrión llamado Amplifier, el cual no eclosionó discograficamente hasta muchos años más tarde. La criatura comenzó un pausada travesía hacia la madurez en los siguientes años, hasta alcanzar su máxima plenitud y vigor en 2011, año en el que adaptando forma de un majestuoso pulpo, The Octopus, nos dejaron a todos asombrados por su desbordante calidad. A partir de ese 2011 se inició un punto que marcó absolutamente el devenir de la banda de Manchester, The Octopus no era un viaje personal hacia un punto concreto, sino para descubrir lugares donde nunca quieres volver.
La banda optó entonces por el «back to the basics», siempre con sus inseparables señas de identidad, pero centrados en las canciones. Relegaron casi todo el lado cerebral de su música para dejarse mecer plácidamente por las múltiples musas que siempre rodearon a Sel Balamir y compañía. Llegaron nuevos discos, marcados profundamente por las sensaciones, discos viscerales y desenvueltos como Echo Street (2013) y Mystoria (2014); discos directos, sencillos y sin esconder ninguna nueva pretensión, y sin embargo logrando conservar ese halo de sofisticación que siempre queda en las creaciones con el sello Balamir.
En Trippin’ with Dr. Faustus volvemos a encontrar diez grandes canciones con todos los ingredientes habituales de Amplifier, sin dar grandes zancadas de lo que venían haciendo en los últimos años y sin interés alguno por madurar. Aunque sigan siendo un rara avis del universo progresivo contemporáneo, los elementos de este género aparecen ahora en su música de una manera más clara que en sus dos trabajos previos, en un curioso in crescendo conforme se desarrolla el minutaje del disco. Pese a que la melodía es la protagonista innegable, en TWDF tenemos ciertos (añorados por muchos) elementos con algo más de tono laberíntico.
El ejemplo más claro de esa pequeña concesión la tenemos en el tema Silvio, compuesto en el periodo de The Octopus y que ahora encuentra el momento adecuado para ser rescatado. Esa luz que Amplifier siempre despide se torna enrarecida en algunos temas y pasajes, aunque a la sombra del optimismo y la belleza de siempre. El disco arranca del modo más bello, Rainbow Machine, donde la banda explota con sus siempre resplandecientes melodías. Kosmos y The commotion son extensas pero equilibradas al milímetro, y se nos presentan con elementos progresivos perfectamente lubricados. Lo que nos queda hasta la espacial Old Blue Eyes es una sucesión de dinámicas y caleidoscópicas creaciones en las que la armonía y la belleza siempre están por encima de los efectos arquetípicos de un género en el que demasiadas bandas tienden a ser excesivas. Salvo en la sugerente y acústica Anubis, de claro acento Beatles vocal, el sonido fuzz y los rugidos psicodélicos son la nota dominante en todo el disco, con destacados desarrollos instrumentales en los que se muestran paisajes sonoros en lugar de hueca técnica desmedida.
Un disco donde no hizo falta calculadora, brújula ni años de ensayos. Amplifier siguen igual; autoeditando sus trabajos, sin dejar de ser una minoritaria banda de culto, sin conseguir crear una portada digna del talento que contienen sus canciones… y sobre todo, siendo los Peter Pan del rock progresivo. Y así que sigan siempre, inmaduros dentro de la excelencia, fascinantes y estimulantes disco tras disco.