Llegó septiembre. Y con ello los festivales y demás eventos al aire libre van dejando paso progresivamente a los conciertos en salas. Y algunos de nosotros ya teníamos hambre de buen rock en pequeños recintos cerrados y con la proximidad y complicidad publicó/banda que eso suele conllevar. Y qué mejor manera de inaugurar el “curso” que con unos pletóricos Imperial State Electric.

Nick Royale es un tipo de lo más curioso. Fan irredento de todo lo que huela a rock´n´roll, estupendo músico y gran compositor, su trayectoria ha ido evolucionando desde sus inicios en el mundo del metal, como batería de Entombed, al liderazgo de una de las bandas que mejor combinan punk, hard rock, garaje y power pop. Desde hace ya mucho tiempo a Nick se le puede acusar de ir un poco con el piloto automático. Tanto en disco como en directo repite una fórmula y se mueve por terrenos en los que se siente cómodo. Y si bien es cierto que no sorprende, también hay que hacer notar que nunca decepciona. Discos como Pop Wars o Honk Machine no son precisamente flojos o mediocres. Y su directo quizás no llegue a cuajar en grandes escenarios al aire libre (no lo sé con certeza, la verdad), pero siempre logra caldear el ambiente en clubs y pequeños recintos. Y ayer no fue la excepción.

Mi anterior experiencia en directo con Imperial State Electric había sido tres años atrás y me habían dejado muy buen sabor de boca. Y con buena disposición y mejores expectativas acudimos a La Fábrica de Chocolate. Pero lo que vimos y vivimos superó las más optimistas previsiones. O al menos las mías. La noche empezó con la actuación de los teloneros The Shanks, un extraño y atípico dúo de bajo y batería que con su mezcla lo-fi y punk rock se ganaron algunos aplausos, aunque personalmente a mi no me dijeron gran cosa. Su presencia no dejó de ser anecdótica y pronto nos olvidamos de ellos cuando, tras la típica media hora de montaje de batería, afinaciones y pruebas de micros, Royale y compañía subieron al escenario. Desde el minuto uno quedó clarísimo que la banda estaba hipermotivada e iba a por todas. El público, que casi llenaba la sala (¡bravo!), correspondió entregándose a tope también como hace tiempo que servidor no veía en Vigo. Y es que la ocasión lo merecía. No parecía el día mas idóneo ya que era un lunes, pero por una vez los astros se alinearon y jugaron a nuestro favor.

Sala casi llena, legión de fans hambrientos de rock crudo y un grupo que salía a matar como si no hubiese un mañana. Hay conciertos que van de menos a más; el de Imperial State Electric no siguió ese línea. Fue, simple y llanamente, de más a mucho más. Guitarras desbocadas, puños en alto, estribillos coreados a voz en grito, cerveza, sudor, pogo, decibelios, baile, frenesí y entrega absoluta. Poco más se puede pedir. Ni siquiera el embarullado y pobre sonido pudo estropear o deslucir la velada, tal fue la intensidad que se apoderó del ambiente. Podría mencionar temas concretos (ese All Through The Night, el tremendo I´ll Let You Down, la espectacular versión del Fortunate Son de Creedence, etc.) pero creo que en un concierto como el que vivimos en La Fábrica de Chocolate no tiene demasiada importancia el que sonaran o dejaran de sonar determinadas canciones. Fue una de esas ocasiones en las que lo más importante y reseñable fue la energía que flotaba en la sala y la comunión banda/audiencia, mas allá de momentos o títulos concretos.

Hora y pico de esas de las que le devuelven a uno la fé en el rock´n´roll. Porque si hubiera que definir qué es un concierto de rock mediante un ejemplo, el de Imperial State Electric sería perfecto. Vuelta a casa con zumbido en los oídos y una sonrisa en la boca… y lo primero que pienso es que si pudiera, repetiría hoy mismo sin dudarlo. Sólo me queda expresar un deseo, ¡Que vuelvan pronto!

Foto: Ana Castro.