Crítica por John Custer


Dos años después de la publicación de su MTV Unplugged, Enrique Bunbury prosigue con su variada carrera en solitario en su incesante búsqueda del disco perfecto, regalándonos el que probablemente sea uno de sus mejores álbumes. Se compone de 11 canciones con una misma orientación, pero sin llegar a ser conceptual. Un disco donde continúa con su banda de los últimos años, Los Santos Inocentes, donde la incorporación más destacada es la de un saxo que nos recuerda, como no podía ser de otra forma, al de su adorado Bowie en Blackstar.

En sus letras el disco es bastante nihilista políticamente hablando, siempre desde un punto de vista pesimista. Mientras en su anterior disco de estudio, Palosanto, se respiraba cierto optimismo y encontrábamos una actitud expectante ante un cambio en el mundo, aquí nos encontramos con un Enrique que parece derrotado por la sociedad, alejado emocionalmente de la política actual. Eso lo tenemos principalmente en la cara A del disco, la más rockera, y donde se encuentran futuros clásicos como Parecemos Tontos o Cuna de Caín. La cara B es igual de interesante, pero de corte más intimista, tanto musicalmente como en sus letras, con esa genial La Constante (que grande la frase Mi amor no será un problema).

La producción es tremenda, del propio Bunbury, consiguiendo facturar un disco de rock actual, que no moderno, con un sonido orgánico, con pianos, sintetizadores, saxos… donde absolutamente todo suena a gloria y en su sitio. Personalmente lo encumbraría como su mejor producción en solitario. Asumo que las expectativas del título son las que el mismo Enrique se marca, pero hay que decir que, para nosotros, sus seguidores, las ha superado ampliamente con este disco. Bravo.