Por David Mat
Pongámonos en perspectiva. Era 1975, y Malcolm McLaren, avispado empresario británico que previamente había sido mánager de los New York Dolls durante una temporada, quiso repetir la jugada en su terreno. De manera que convirtió su tienda de ropa SEX en su centro de operaciones para reclutar a las cuatro ratas que, posteriormente, se conocerían colectivamente como Sex Pistols. McLaren tenía en mente el nombre desde mucho antes de que tomara forma el grupo; sólo tuvo que tomar conceptos contraculturales como sexo, asesinos, pistolas, pin-ups, etc. y sintetizar esas nociones en algo concreto: Sex Pistols. Corto, provocador, rebelde y sucio. Como una patada en el culo a toda la blandenguería de principios de los 70, idea que McLaren tomó prestada de los orígenes del punk en Nueva York.
Tras algunas exitosas giras y el revuelo que causaron con su puesta en escena, todo estaba preparado para dar el salto y grabar su único disco de estudio. Para ello contaron con la supervisión del productor Chris Thomas (quien pocos años antes había producido a Roxy Music) y Bill Price (quien años más tarde haría las mezclas de los Illusions de GN’R). Debido a desacuerdos económicos, el bajista original Glen Matlock sólo llegó a grabar sus partes de bajo en «Anarchy in the U.K.», que salió como single un año antes de largarse del grupo por roces con el cantante Johnny Lydon. Su sustituto Sid Vicious iba a ser el encargado de grabar el resto de pistas de bajo, pero al ser tan limitado con su instrumento, le pasaron el muerto al guitarrista Steve Jones, un chorizo que llegó a robarle equipo al mismísimo David Bowie haciéndose pasar por roadie en uno de sus shows.
Y en 1977, parieron a la bestia inmunda que lleva por nombre «Never Mind The Bollocks, Here’s The Sex Pistols.» Déjate de tonterías, aquí están los Sex Pistols.
No inventaron nada; ese punk rock era básicamente una vuelta al rock’n’roll primitivo de tres minutos, rescatado de los 50 y 60, en contraposición a la grandilocuencia del glam y las canciones kilométricas, pomposas y sobreproducidas del rock progresivo; justo lo que quería Malcolm McLaren. Una puñalada trapera a la exuberancia y un regreso a los orígenes, a la mala leche y la urgencia que había visto en los New York Dolls y el resto de bandas proto-punk neoyorquinas.
Pero lo que empezó en Nueva York como algo desenfadado, al importarlo a la Gran Bretaña de los 70, azotada por la crisis y el paro, el punk rock se convirtió en algo violento, ofensivo y rabioso.
Crítica y público cayeron rendidos ante «Never Mind The Bollocks» desde el minuto uno. No habían oído nada como aquello. O al menos, hacía tiempo que un disco no les crujía el alma y la conciencia de aquélla manera: canciones como himnos, ataques a la estirada e hipócrita sociedad británica a golpe de sucios riffs, brutales descargas de nihilismo amargo y la lucha de la clase obrera contra el Establishment en clave de rock’n’roll crudo, crudísimo. Todo ello vomitado con ácido sarcasmo por Johnny «Rotten» Lydon, una de las mentes más afiladas que ha parido el Reino Unido.
«Never Mind The Bollocks» es el gruñido de Rotten durante el primer solo en «Anarchy In The U.K.», es el quiebro de voz en la misma canción mientras escupe «is this the IRA?» es el grito de «never ever ever!» en «E.M.I.», son los extraños sonidos vocales en «Submission», es la voz desgarrada cuando canta «and we don’t care!» en «Pretty Vacant», es el «fuck this and fuck that» en «Bodies.»
Pero sin duda, uno de los temas más hirientes y venenosos es «New York», la favorita del grupo para el que esto suscribe. No es, desde luego, un elogio a la ciudad de los rascacielos; sino más bien un ataque frontal empapado de sátira venenosa a los New York Dolls y, particularmente, a su cantante David Johansen, a quien consideraba poco menos que un petardo yonki. Para acompañar esa letra tan cruel, y a diferencia de otros cortes más vigorosos como «God Save The Queen» o «Anarchy in the U.K.», aquí cambiaron a un registro musical bastante más sórdido y sombrío que, además, servía como marco perfecto para mostrar ese Nueva York purulento de los 70.
Puede gustar más o menos, pero sería absurdo negar a estas alturas que «Never Mind The Bollocks» marcó un hito en la historia del rock’n’roll; no sólo por la colección de himnos que contiene, ni tampoco por la descarga de riffs implacables ni por su hedor a callejón inmundo. Es por reventar la olla a presión en que se había convertido un lugar en concreto, en una época concreta y crear una válvula de escape a la frustración de muchos jóvenes británicos, así como dar lugar a la proliferación e influir en muchas otras bandas.
Dejaos de tonterías, aquí están los Sex Pistols.