Foto cabecera: Ricardo Opazo.
Por Carlos Salcedo Odklas.
Y llegó el ansiado día. Posiblemente el concierto más esperado del año, y eso es mucho decir teniendo en cuenta la que se nos viene encima en los próximos meses. Pero si hablamos de repercusión mediática, trascendencia histórica y movilización de fans, pocas bandas pueden competir con Metallica, un monstruo que haría esconderse aterrorizado hasta al mismísimo Cthulhu. Con todo el papel vendido con un año de antelación (aunque unos días antes salió la famosa y sospechosa nueva remesa «por reestructuración del recinto», que por supuesto también voló en cuestión de minutos) la expectación era máxima. Seis años llevaban los de San Francisco sin pisar nuestro país, nueve sin hacerlo en recinto cerrado. Sin duda mucho tiempo para una banda de esta envergadura, por lo que la emoción e impaciencia entre sus fieles no podía ser mayor de cara a la primera de las tres fechas programadas en nuestro país.
Diversos problemas logísticos hicieron que llegase a los alrededores del Wizink Center madrileño poco antes de la hora marcada para el inicio de la actuación de Metallica, lo que supuso que, desgraciadamente, no pudiese disfrutar de los teloneros para esta gira europea, los noruegos Kvelertak. Una auténtica lástima; aunque Rafa, director de este medio, me describe así su actuación: «Los noruegos no se ablandaron en absoluto ante el atento público. El ser una formación en sexteto les permitió desplegarse por todo el escenario con comodidad y vistosidad, y su actitud y sonido fueron ciertamente electrizantes, mucho más de lo que se podría temer en estos casos en los que los medios técnicos de la banda invitada son limitados. La banda tiene temazos y supo presentarlos a buen volumen y con un muy buen sonido. No estuvieron tan explosivos como 24 horas antes en Sevilla en su show propio, pero dejaron un buen sabor de boca y calentaron el cuello de más de un@».
Viendo el lado positivo al asunto me libré de las colas y esperas que sin duda debieron ser desesperantes, más aún con el intenso frío que reinaba en la capital. Tras pasar dos controles de seguridad pude acceder al recinto. Atravesé velozmente los puestos de merchandising y bebidas, dejando atrás sus abusivos precios, para darme de bruces con un nuevo control de seguridad, que una vez superado me permitió zambullirme por fin en la pista del recinto. Justo a tiempo para ver apagarse las luces y escuchar los primeros compases de la mítica intro del maestro Morricone entre la histeria general. La disposición del escenario, situado en mitad del pabellón, así como el poco agobio y escaso hacinamiento del público hicieron que en pocos minutos pudiese agenciarme un lugar bastante cercano y de buena visibilidad para disfrutar del show. Hay que destacar el gran acierto de plantear los conciertos multitudinarios con esta disposición, más propia de las veladas de boxeo, ya que ello revierte en una mayor comodidad, visibilidad y cercanía para todo el público asistente. De haberse tratado de un montaje más ortodoxo, con el escenario en un extremo, y teniendo en cuenta la poca antelación con la que llegué al recinto, me habría tocado ver a la banda como diminutas figuras en la lejanía, por lo tanto es muy de agradecer este tipo de montajes a los que debería sumarse cuanto antes el resto de bandas de esta envergadura.
Tras la breve introducción, por fin, Metallica. James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo. Los cuatro jinetes saltaron al ring en mitad del delirio colectivo al son de Hardwired, el veloz tema con el que también se abre su último disco de estudio que venían presentando. Este trallazo fue seguido inmediatamente por otro, Atlas, Rise!, también del último disco y coreado por todo el pabellón, signo inequívoco de lo bien recibida que ha sido la última obra de los americanos, publicada hace ya quince meses. La puesta en escena, a parte del comentado escenario central, se apoya en una serie de cubos con pantallas en sus cuatro caras. Estos se iban moviendo, iluminando y proyectando imágenes, dando en conjunto una apariencia muy vistosa y original al montaje escénico. Aunque he de decir que las proyecciones fueron más acertadas en unos temas que en otros. Precisamente uno de los temas en los que quedaron perfectas fue el tercero del set list, Seek & Destroy, en el que proyectaban imágenes de sus primeros conciertos, allá por principios de los ochenta. Ver a un Hetfield adolescente en lo alto mientras un Hetfield mucho más maduro lo daba todo en el escenario fue mágico, obligándonos a hacer memoria y ser conscientes de la enorme trayectoria de la mítica e irrepetible banda que teníamos delante.
El único punto negro de la velada, presente desde el comienzo, venía de uno de los elementos más importantes: el sonido. Si bien se distinguía correctamente la labor de los cuatro músicos, el volumen del conjunto era muy bajo, aparte de escaso en ganancia y pegada, algo totalmente imperdonable tratándose de una banda como Metallica que puede, y debe, ser una apisonadora revienta tímpanos. Con el caer de los temas el sonido fue mejorando, pero en ningún momento resultó totalmente satisfactorio ni estuvo a la altura de la entrega que la banda estaba desplegando en el escenario. Como decimos un gran punto negro en un show impecable en todos sus demás aspectos. Cayeron Leper Messiah, contundente y poco esperada, una increíble Welcome Home (Sanitarium), donde nuevamente los cubos proyectaron unas acertadas y angustiosas imágenes, y Now that We’re Dead, tema en el que la banda se marcó un extraño interludio en plan batucada totalmente prescindible, pero que tampoco fue tan largo y angustioso como dicen algunos.
Luego tocaron Confusion, también de su último disco. Tras esto James se quedó solo en el escenario para proceder a rasguear una desconocida e inquietante melodía que sirvió de intro al tema Halo on Fire, sin duda uno de los temas más logrados de Hardwired… to Self-Destruct, y que también marcó uno de los puntos álgidos de la noche. A estas alturas se hace totalmente evidente la enorme cancha que están dando a su nuevo disco, algo que quizás no fuese totalmente del agrado de algunos sectores del público, sobre todo aquellos que los veían por primera vez y esperaban más temas clásicos, pero que demuestra que la banda está orgullosa de su último trabajo y está dispuesta a defenderlo a muerte en sus shows, además he de decir que algunos de estos temas ganan en directo y así lo confirmaba el público, que los coreaba y aplaudía como si se tratasen de clásicos, algo que James notó y agradeció. No obstante para los que quisieran viejas perlas llegaba a continuación ni más ni menos que For Whom The Bell Tolls, uno de sus mayores himnos. El público enloquece. A la banda se la ve enérgica, en forma, ilusionada y profesional. James sigue siendo el frontman soñado y tanto Lars como Kirk, que suelen ser los miembros más irregulares, se muestran impecables en sus respectivos instrumentos. Tras este tema James y Lars abandonan el escenario para dar paso a uno de los momentos más divertidos y surrealistas de la noche: la jam de Kirk y Robert.
En los tramos anteriores de la gira este espacio estaba reservado para el típico solo de guitarra de Kirk y una pequeña jam de ambos tocando algunos riffs de los propios Metallica, pero ahora la cosa ha mutado en una genial pachanga en la que Kirk, Robert y el público unen fuerzas para rendir tributo a alguna banda célebre de la zona. Así, en Lisboa chapurrearon el A Minha Casinha, de Xutos & Pontapés, y en la primera noche madrileña fue el turno del Vamos muy Bien de Obús, cantado por todo un estadio en estado de shock al ver a una de las bandas más importantes de la historia del metal versioneando al mítico combo madrileño. Ignoramos de quién habrá sido la idea, pero solo puede calificarse como auténtica genialidad ya que, aunque no sea una cover propiamente dicha sino más bien un pequeño guiño, consigue que la audiencia de cada país se sienta especial, y acentúa aún más la comunión entre banda y público. Bien jugado Metallica. Tras este momentazo Robert se queda solo y ataca Anesthesia, el solo de bajo que el gran Cliff Burton interpretaba en los primeros shows de Metallica y que quedó inmortalizado en el disco Kill’em All. Mientras Robert entraba en trance un par de cubos descendían lentamente, proyectando un vídeo del añorado bajista de pantalones acampanados, haciendo así aún más emotivo el momento. La banda al completo regresa y arremete con un explosivo Die Die My Darling, la versión de The Misfits que hace que el público, bastante civilizado hasta ese momento, se desmadre completamente. El desparrame continúa con Fuel y sus lenguas de fuego que se elevan varios metros desde la batería de Lars.
Vuelta al nuevo disco con Moth Into Flame, en la que un ejército de drones luminosos revolotea por el escenario imitando un enjambre de luciérnagas y dejando al público con la boca abierta. Un pequeño descanso para que James hable con el público. Destaca la mezcla de varias generaciones que se han dado cita en el pabellón y busca al fan más joven entre los presentes, un chaval de siete años al que acaba subiendo al escenario para que se ponga a su lado y reciba una ovación, entrañable el gesto de Papa Het. Y tras esto Sad But True, imponente, solemne, monumental como siempre. Las luces se apagan y reproducen la grabación de una voz angustiada, una voz torturada por la guerra. Todos sabemos lo que pasa aunque esta vez no haya explosiones. La gigantesca One. Una chica desconocida que se encuentra a mi lado no puede aguantarlo más y estalla en lágrimas. Y tras esto Master of Puppets, al completo, con su mítico interludio instrumental coreado por el público como si fuese un estribillo más. Está claro que Metallica se ha marcado la misión de destrozarnos, en todos los sentidos. Fin del show principal. Pero aún quedan los bises…
Con unos primeros compases pregrabados de manera innecesaria descargan Spit Out the Bone, último tema de Hardwired, el tema más cañero que han compuesto en años, acompañado de más fuego y la bandera de España con el logo de la banda reproduciéndose por las pantallas, otro gran detalle de Metallica, politiqueos aparte que ni les van ni les vienen. Kirk se pone en modo limpio. La balada definitiva: Nothing Else Matters. Los mecheros de antaño han sido sustituidos por las luces de los móviles, lo que no cambia es escuchar a miles de personas coreando como una sola voz. El fin de fiesta llega con Enter Sandman. Predecible pero inevitable despedirse con su clásico más conocido, un riff que seguramente hasta tu abuela puede tararear, adornado con más fuegos artificiales y un público totalmente entregado, como no podía ser de otra forma.
Las luces del recinto se encienden para que la banda pueda despedirse y recibir su merecida ovación. Dedican para ello un buen puñado de minutos y no escatiman en sonrisas, saludos y púas. Otro detalle de cercanía y elegancia para finalmente, esta vez sí, abandonar el escenario hasta la próxima vez, poniendo punto final a un espectacular concierto de más de dos horas. Prometieron volver pronto, y ya hay rumores de que encabezarán los grandes festivales en 2019, pero sin lugar a dudas la experiencia no será tan gratificante y cercana como verlos en pabellón y con escenario central. Las casi veinte mil almas que nos dimos cita esa noche vivimos un concierto glorioso, dinámico, profesional, sin apenas pausas o parones (aunque por supuesto hubo algún momento en que la banda tuvo que coger aire mientras Hetfield soltaba alguno de sus famosos slogans como: «Metallica is finally here baby» o «Do you want some heavy?»).
Un concierto emocionante, con temas nuevos, con grandes clásicos. Un concierto emotivo, un concierto, en definitiva, para recordar. Por supuesto encontrarás voces amargadas que suelten los rollos de siempre: que si son unos vendidos, que si esto es un circo, que si solo les mueve el dinero, que si ya no tienen la garra del 86… voces, en su mayoría, provenientes de gente que no acudió al concierto. Para la mayoría de los que sí estuvimos ahí (y un servidor ha tenido la suerte de verlos un buen puñado de veces a lo largo de más de dos décadas), simplemente fue otra reafirmación de lo evidente: Metallica son los más grandes, y punto.
Texto por Carlos Salcedo Odklas.