A veces es difícil saber por dónde empezar cuando se trata de hablar de una obra como la que hoy nos ocupa. Hay ocasiones en las que se recuerda un determinado disco porque se cumplen una cierta cantidad de años desde su publicación. En otras, el motivo que hace que sea destacable es ser el primer o el último disco dentro de la carrera de un grupo o artista. Y a veces la causa de que sintamos especial admiración por un determinado LP es que lo consideramos rompedor, casi revolucionario. Como si a través de él pudiéramos establecer una especie de punto de inflexión en la historia de la música, o al menos, de la de algún género. Hoy celebramos el 40 aniversario de la publicación de uno de esos títulos en los que se combinan los tres factores mencionados. Un debut de los que han hecho historia, que supuso una revolución dentro del hard rock y que en pleno 2018 sigue sonando fresco, actual y con plena vigencia. Damas y caballeros, hoy es el turno de los originales Van Halen

Texto por Jaime Taboada.


Ya habíamos hablado de la banda y de los primeros años de su carrera (LA EDAD DE ORO DE VAN HALEN (1978-1984) EVERYBODY WANTS SOME! ) pero hoy nos centraremos exclusivamente en su primer e irrepetible primer disco. En estos días hablar de Van Halen es casi como hacerlo de alguna reliquia del pasado. Y en gran medida la errática carrera de las últimas dos décadas y la extraña política de la banda han tenido buena parte de culpa. Hace unos años la reunión con Dave Lee Roth les hizo volver a la primera línea pero, por desgracia, han caído en el saco de grupos relegados al cajón de la nostalgia. Nadie les reconoce como influencia en entrevistas, poca gente los cita entre sus favoritos e incluso dentro del rock son vistos por muchos seguidores como un nombre meramente hortera y anecdótico. Nada más lejos de la realidad. De ahí que estos ejercicios de memoria sean no ya necesarios, sino casi imprescindibles para colocar a cada uno donde le corresponda. Y a los Van Halen originales les corresponde un lugar bien alto.

Entremos en materia. Retrocedamos en el tiempo hasta 1977. En California nuestros protagonistas se habían hecho un nombre a base de trabajo duro y de recorrerse de arriba a abajo todo el estado atrayendo cada vez a más público a medida que el boca a boca iba haciendo que creciese su popularidad. Se hablaba de un directo incendiario con un guitarrista que sonaba como nadie lo había hecho anteriormente, y un cantante que parecía una mezcla entre Jim Dandy Mangrum (Black Oak Arkansas), un dibujo animado y un crooner en ácido de Las Vegas. La banda, conforme adquiría experiencia, ganaba poderío en directo y pronto su nombre comenzaba a estar en boca de muchos gigantes de la industria. Gene Simmons trató de engatusar a los hermanos Van Halen con la maquiavélica intención de usarlos como recambio de Peter Criss y Ace Frehley. Finalmente no hubo entendimiento y cada cual continuó por su camino. También el nombre del grupo llegó a oídos de Mo Ostin, uno de los jefazos de Warner Bros, que atraído por lo que se contaba de los directos de la banda acudió a verlos una noche acompañado del productor Ted Templeman. Éste último había trabajado con todo tipo de artistas y atesoraba varios éxitos en su currículum, por lo que no se dejaba impresionar por cualquiera. Pero aquella noche, deslumbrado por lo que vivió, decidió que había que fichar a Van Halen costase lo que costase. Fue de ese modo que el grupo entró de manera profesional en un estudio por primera vez en su carrera.

Al comienzo de las sesiones de grabación Eddie y los suyos eran ya unos grandes músicos y traían consigo una buena colección de canciones bajo el brazo, muy trabajadas tras haberlas interpretado en los escenarios durante años. Pero a la vez les faltaba la experiencia de saber manejarse en un estudio, trabajar en arreglos o pulir estribillos y melodías. Templeman, como perro viejo que era, vio que lo mejor sería no interferir demasiado en la banda. Así se logró grabar un álbum que era un soplo de aire fresco dentro del panorama hard rock de final de los 70. Además sólo emplearon tres semanas en el estudio, lo que permitió que fuese un álbum barato. Y desde luego la combinación del talento y la pujanza del grupo con la veteranía y el buen ojo de Templeman dio como resultado un disco superlativo. Cuesta creer que fuese un disco de debut de unos músicos tan jóvenes, pero lo cierto es que en su día revolucionó el panorama rockero.

En 1978 se vivía en Estados Unidos una especie de periodo de transición dentro del rock. El movimiento punk había pegado más fuerte en Gran Bretaña y en Europa que en EEUU, mientras que las grandes vacas sagradas del rock en ese momento comenzaban a cotizar a la baja tras años en la cima. Eran momentos en que Aerosmith, Zeppelin, Eagles o Black Sabbath trataban de mantener su status de estrellas en medio de luchas internas, endiosamientos y un peligroso alejamiento de la realidad. Y ese caldo de cultivo motivó que Van Halen I fuese un revulsivo. Sonaba diferente, vigoroso y ponía énfasis en el contenido y no en el envoltorio o complementos. Bajo una austera portada dividida en cuatro partes, con una foto de cada miembro del grupo y coronada por el logo de la banda en el centro, Van Halen I es una de esas obras que rezuma calidad desde la primera a la última nota. Eddie, Alex, Michael Anthony, Dave Lee Roth y once canciones sin desperdicio. Sin añadidos ni colaboradores “estrella” externos. Un concepto muy austero, algo muy curioso tratándose de un grupo en el que la espectacularidad fue una de sus principales señas de identidad.

Dave Lee Roth destilaba carisma y chulería con su inimitable estilo, Michael Anthony y Alex Van Halen conformaban una sección rítmica espectacular y Eddie asombraba a todo el mundo con su manera de tocar pero sin perderse en exhibiciones gratuitas. Los coros, los arreglos, los estribillos… todo en su sitio encajado con milimétrica precisión. Y entre las canciones resulta imposible destacar unas por encima de otras puesto que desde la primera a la última son memorables. El inicio es simple y llanamente de sobresaliente, además de ser un escaparate de lo que es la banda. Un himno hard rock como es el inmortal Runnig´ With The Devil, al que sigue Eruption, la exhibición de Eddie Van Halen con su guitarra, que desemboca en una de las mejores versiones de The Kinks que se hayan grabado nunca, un espectacular You Really Got Me. Un tema propio, una muestra de por qué Eddie fue en su momento considerado el mejor y más innovador guitarrista desde Hendrix, y una versión que respetando a la original convirtieron en uno de los emblemas de su repertorio. Tres canciones diferentes entre sí pero con un denominador común, que es un sonido 100% propio, reconocible y hasta ese momento casi inédito. A medio camino entre el hard rock de Aerosmith o Ted Nugent y el heavy metal el grupo llenaría ese hueco, lo que les haría únicos cuarenta años atrás.

Pero no todo se reduce a un comienzo espectacular, ya que a lo largo del disco el nivel no baja en ningún momento. Quizás Little Dreamer y On Fire sean los temas menos conocidos pero no por ello son de relleno o del montón. El primero de ellos es el más melódico del disco y con un gran potencial comercial mientras que On Fire es un brillante cierre hard rockero. En el medio nos podemos encontrar bombazos como I´m The One, Atomic Punk o la espléndida versión de Ice Cream Man de John Brim que comienza con Diamond Dave cantando con el único acompañamiento de una guitarra acústica (que él mismo tocó en el estudio) para terminar a todo tren con un sonido muy clásico. Por otra parte, tenemos otros temas que son los que en mi opinión diferenciaban a Van Halen en 1978 de cualquier otro grupo. Títulos como Ain´t Talkin´´Bout Love, Jamie´s Cryin´ o mi favorita, Feel Your Love Tonight. Melódicos pero no lentos, rockeros pero con vocación pop y auténticos propagadores de buenas vibraciones. De esas canciones que nunca fallan a la hora de animar una fiesta y que se ajustan sobre todo al carácter de Dave Lee Roth que brilla especialmente en ellas.

35 minutos sin desperdicio que conforman una obra que es referencia ineludible dentro del hard rock por muy olvidada que pueda estar hoy en día. Buena prueba de ello es que constituyó el primer peldaño en la escalada imparable del grupo hacia un reinado que durante varios años en América parecía eterno. Y no solo eso, sino que además, varios de los temas fueron durante muchos años insustituibles dentro del repertorio del directo. No me imagino en la actualidad un debut y un grupo de estas características triunfando por todo lo alto. Los tiempos, para bien o para mal, han cambiado. Pero algunos de nosotros no, y cual náufragos aferrados a un tronco seguiremos considerando este Van Halen I como uno de los mejores antídotos contra el aburrimiento y reivindicando contra viento y marea su poderío y esplendor. Pero dejémonos de palabrería, subamos el volumen y dejemos que la música hable por sí misma. Y quizás dentro de un año volvamos a cantar las excelencias del grupo y de Van Halen II.