Sello: Spitfire Music / SPV

Crítica por Manuel L. Sacristán.


Hay un indudable cruce de caminos en el hard rock del nuevo siglo. Y es inevitable pensar que, en el año donde se cumplen dos años del fin de una de las bandas punteras (Mötley Crüe) y de la resurrección de, acaso, la banda definitiva del género (Guns N’ Roses), no es casual que se reunan un ex cantante de los Crüe como John Corabi y un ex guitarrista de Whitesnake y Dio como Doug Aldrich, junto al fundador del proyecto, David Lowy. A su lado están en la actualidad Marco Mendoza (Thin Lizzy) y Deen Castronovo (Journey/Bad English). No hay que olvidar que desde que se formó en 2013, por esta banda ha pasado gente relevante: músicos que acompañan a Axl y Slash en la actualidad (Richard Fortus, Dizzy Reed, Frank Ferrer), el bajista actual de los Stones, el batería de The Cult… es el sino del hard rock actual, proyectos, uniones temporales, tributos y panegíricos. No hay un verdadero fenómeno o un movimiento en una ciudad concreta. ¿Nos sentimos a salvo con discos como Burn it down? Para ser honesto, creo que sólo a medias.

La impronta Corabi se deja sentir por todo el álbum, y eso no es algo reseñable. Estamos hablando de uno de los vocalistas de hard rock que ha provocado emociones más encontradas desde que se hiciera con el puesto de Vince Neil para aquel arriesgado disco homónimo de los Crüe de 1994, tras entregarnos un buen debut con The Scream. Aquí se prueba nuevamente como un compositor con cierto peso y un cantante de registros, con un punto aguardentoso adquirido con los años que le sienta bien. Una notable oscuridad que siempre es capaz de imprimir a las canciones se deja sentir como de costumbre, lo que unido a la poderosa producción de Marti Frederiksen y en general la pegada de la banda redondea un trabajo recomendable.

El disco, que viene a ser un cruce entre Aerosmith, los Crüe y Judas Priest, tiene canciones con innegable pegada (la primera, “Resurrected”, gloria pura, o “Leave me alone”, que cierra el álbum con una estimulante lección de hard rock), piezas más oscuras sobre la base de arpegios acústicos (“Judgment Day”), guiños a las bandas sonoras de películas de acción de los años 80 (casi puedes oír una matanza en el estribillo de “What goes around”), una versión hipervitaminada de “Bitch” de los Rolling Stones, las clásicas composiciones de hard rock oscuro con un deje metal de Corabi (“Rise up”), además de una balada, “Set me free”, que pese a su pausado tono bluesy no llega a las cotas de emotividad que Corabi imprimió en aquella preciosa “Father, Mother, Son” del debut de The Scream en el 91.

El cruce de caminos se simboliza en trabajos como este. No llega a ser una encrucijada, porque el disco no va a cambiarle la vida a nadie, pero se hace cada vez más evidente la ausencia de un movimiento consistente y bandas que puedan coger el relevo de estos profesionales. Estamos hablando de bandas resucitadas, gente con más de 50 años que dan cobertura a viejas estrellas de los 70 y los 80. Cualquiera que ame el hard rock sentirá curiosidad, interés o incluso placer escuchando un disco como Burn it down, pero no puedo evitar la sensación de que entre 1987 y 1990 se coció algo que ya no se repetirá jamás.