Crónica Roadburn Festival 2018.
19, 20 21 y 22 de abril.
Tilburg – Holanda
Fotos por Niels Vinck y Paul Verhagen.

Crónica por Por Gonzalo Rodríguez.

Segunda de cuatro entregas de nuestra crónica del recientemente concluido Roadburn Festival 2018.

Encaramos la segunda jornada del festival, con el mismo calor (¿25 grados en abril en Tilburg? ¡Menuda maravilla!) y por supuesto con la misma ilusión del primer día, una ilusión que no se desvanecerá ni un solo segundo de los cuatro días que dura el festival. La magia del Roadburn está presente en cada uno de los detalles que conforman semejante evento, y esa magia hace que lo imposible se vuelva realidad, presenciando conciertos únicos y exclusivos que quedarán grabados en nuestra memoria por el resto de los días. Pero no divaguemos más, y entremos en materia, que hay mucha tela que cortar.

El día empezaría fuerte en la Green Room, con uno de los platos fuertes de todo el festival para los amantes de los sonidos más extremos. El año pasado The Ruins of Beverast, proyecto de ese genio llamado Alexander von Meilenwald, publicaban una ambiciosa y extensa obra de nombre “Exuvia” [Vàn Records, 2017], obra que venían a presentar de forma íntegra. Desde primera fila vi cómo fueron desgranando uno a uno los temas de “Exuvia” con un volumen atronador, embaucando a todos los allí presentes con una mezcla de cantos y percusiones tribales, black, death y atmósferas que invocaban al trance colectivo. Uno de los mejores conciertos de todo el festival. 

En el Main Stage, pudimos disfrutar de una pequeña parte de la actuación de Motorpsycho. Su fama se corresponde con la calidad de su directo. Presentaban “The Tower” [Stickman Records, 2017], grabado parcialmente en el Rancho de la Luna californiano. Se agradece también que interpretaran temas como “Starhammer”, incluido en uno de sus trabajos más elogiados, “Heavy Metal Fruit” [Stickman Records, 2010].

El primer concierto del día en esa maravilla de iglesia reconvertida en sala sería el de los americanos Panopticon. Austin L. Lunn es sinónimo de calidad, símbolo de sincera creatividad. Het Patronaat se convierte en frío bosque de montaña de Kentucky para ofrecernos una actuación que quita el hipo. Los norteamericanos interpretan su obra “The Scars of Man on the Once Nameless Wilderness”, aunque comenzando por las piezas acústico folk. Sus ejecuciones country nos conducen a la fórmula de tipos como Bob Wayne, constatando nuevamente ese acercamiento entre la tradición y la brutalidad del norte de Europa. Ciertamente, muchísimo mejor en directo que en disco.

Siguiendo con conciertos exclusivos, en el Main Stage los veteranos Crowbar eran invitados por Jacob Bannon para tocarse uno de sus grandes álbumes “Odd Fellows Rest” [Mayhem Records, 1998]. Su sludge de manual sonó tremendamente compacto y pesado; Kirk Windstein y compañía hicieron una demostración perfecta de cómo se maneja la lentitud característica de estilos como el sludge o el doom, marcándose un concierto redondo. Además es un placer ver de nuevo sobre el escenario a esa mole con cara de pocos amigos llamada Todd Strange. 

Después de tocarse íntegro su últimos disco “The Dusk in Us” [Epitaph, 2017] el día anterior, Converge volvía al Main Stage para interpretar su clásico “You Fail Me”, algo que me excitaba sobre manera, porque he de reconocer que es mi disco favorito de ellos. Era la novena vez que los veía, y no me equivoco si digo que fue la mejor. En todo momento sentí que era un concierto especial, y así lo hizo saber Bannon diciendo que esta era la primera y última vez que lo harían. Se me ponen los pelos de punta de solo pensar en cómo pasaron de la fragilidad de una bonita “In Her Shadow” a la brutalidad desatada de “Eagles Become Vultures”. En directo son una máquina perfecta de caos y furia que arrasa con todo. Por si todo esto no fuera suficiente, con toda la sala rendida ante ellos, volvían a escena para tocarse un bis, una versión del “Wolverine Blues” de Entombed acompañados por Thomas Lindberg de At The Gates y Kevin Baker de All Pigs Must Die. BRUTAL.

Con poco tiempo de margen nos acercamos a la Green Room para ver que nos podían ofrecer unos chavales islandeses llamados Une Misère, y para mí sorpresa se volverían la revelación del festival. Hardcore hiriente, partes envenenadas rozando el black y ciertos toques de electrónica hacen que me quede con la boca abierta viendo como seis chavales tiran abajo toda una sala Green Room del Roadburn. Con su actitud y rabia, el futuro del hardcore es de ellos. De vuelta en el Main Stage, Godflesh volvía al escenario de la 013 elegidos por Bannon para tocar “Selfless” [Earache, 1994]. Sin ser mi disco favorito de ellos, cualquier directo suyo es motivo suficiente para verlos, ya que los de Birmingham en vivo son palabras mayores, una perfecta máquina de machaconas bases industriales, un demoledor bajo y despiadados riffs. “Crush My Soul” fue el punto álgido de una actuación que por momentos se pudo hacer cuesta arriba debido a la densidad y frialdad de su sonido. Hubo sorpresa final, con dos bises inesperados, Messiah y Merciless cerraron una perfecta actuación de G.C Green y Justin K. Broadrick.

Mi primera incursión en la nueva sala Koepelhal fue cuanto menos extraña, ya que allí estaba actuando el francés Igorrr. Aún sigo pensando cómo calificar su bizarra e imposible propuesta, esa mezcla de bases rotas, cantos clásicos y death metal no es fácil de digerir, pero he de reconocer que su directo me divirtió, y mucho.

Antes de encarar la recta final nos pasamos por la Green Room, sientiendo curiosidad por Dhidalah, ya que en discos como “Moon People – Improvisation Jam Vol. 1” [2018] nos regalan improvisaciones de límpida e inspirada psicodelia, aparte de que su líder el guitarra Ikuma Kawabe, formó parte de los legendarios Church of Misery. Actuación más que correcta por parte de los japoneses.

De vuelta al Main Stage, era el turno de los fineses Grave Pleasures liderados por el camaleónico Mat McNerney. Con una formación renovada, venían a presentar “Motherblood” [Century Media, 2017], disco que supuso una vuelta al vicioso sonido que habían alcanzado en “Climax” [Svart Records, 2013]  como Beastmilk. En directo, temas nuevos como “Infatuation Overkill” o “Mind Intruder” funcionan mucho mejor que los temas de su anterior “Dreamcrash” [Metal Blade, 2015], pero es cuando tocaban “Death Reflect Us”, “Genocidal Crush” o “Love In a Cold World” que conseguían poner a todo el mundo a bailar al son de sus apocalípticas composiciones, montando su propia rave de rock gótico.

Para que no decayera la fiesta y seguir bailando un poco más nos dirigimos a cerrar la noche al  Het Patronaat con los galeses Gallops. Era difícil saber cómo iban a defender una propuesta ciertamente electrónica sobre las tablas, pero no sólo sorprenden, sino que demuestran una versatilidad y un dominio de loops y efectos que tira de espaldas. Su estética desconcierta a la vez que te permite adentrarte en su mundo de frenéticos y adictivos ritmos. Ese inicio de concierto con esa brutalidad llamada “Pale Force” – perteneciente a su último disco, “Bronze Mystic” [Blood & Biscuits, 2017] – nos convence desde el minuto 0. Energía en estado puro.

Y así, ya casi sin fuerzas, acababa otra espectacular y feliz jornada del Roadburn, con ganas de descansar, pero también con ganas de que volviera a empezar la adictiva espiral de conciertos únicos y exclusivos a los que el Roadburn nos somete día tras día.

Por Gonzalo Rodríguez.


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