Los Anthrax de John Bush.
Vol.2: Stomp 442 (1995).
Texto por Antonio Aparicio.
Después del éxito conseguido con el “Sound of White Noise” y asumiendo que ya no se podían encasillar como simplemente una banda de thrash metal, Anthrax comenzaron una gira exitosa que les llevó a tocar con grupos tan dispares como White Zombie o Clawfinger. El cambio ya se había producido. Había entonces llegado el momento de pensar en el trabajo siguiente. ¿Qué es lo que se estaba cociendo entonces en el “vientre de la bestia” ? Volverían a sus raíces más trashers o seguirían con la evolución de su sonido?
Muchos eran los interrogantes que se planteaban sobre una banda que siempre ha estado a la vanguardia de la experimentación, de la búsqueda de nuevos caminos y de la reinvención. Mientras tanto, el grupo seguía llenando en sus conciertos y cultivando buenas y genuinas amistades, sobre todo con Pantera, que era el grupo de metal que más lo petaba en aquélla época y con los que existía una excelente relación, compartiendo conciertos, influencias mutuas, sesiones de alcohol y quién sabe qué más sustancias y, sobre todo, una enorme admiración por Kiss. John Bush se asentaba como frontman haciendo olvidar tiempos pasados y siendo aceptado por gran parte de los fans de la banda.
Pintaba todo bastante bien, aunque en la formación, que nunca ha estado quieta, se produjo un cambio significativo, a cargo del guitarrista Dan Spitz, que en plena crisis existencial decidió dejar la banda, convertirse al judaísmo mesiánico y dedicarse a su verdadera pasión: Los relojes; ser relojero. Una de estas historias que te da el rock que no por extraña y friki deja de interesante. Para ello viajó a Neuchatel, donde se graduó con honores en la WOSTEP de Suiza, la más prestigiosa escuela de formación de relojeros, haciendo incluso otro curso de 4 años en un reconocida academia en Nueva York, acabando como alumno más aventajado. Incluso llegó a contar con su propia marca. Actualmente el bueno de Dan tiene una página web donde vende mesas ergonómicas para construcción y reparación de relojes (!!!). Si estáis buscando una buena mesa en donde podáis reparar vuestro Casio, no dudéis en visitarla.
El hueco dejado por el que fuera uno de los integrantes de la banda desde casi sus inicios fue tapado por Paul Crook, uno de sus ayudantes y por el gigante de la guitarra Dimebag Darrell que seguro que entró en el cotarro con ganas de imprimir su marca personal y machacar oídos. Además, Elektra records, el sello discográfico con el que habían firmado les “sugirió” que, sin perder calidad, cambiaran su sonido hacia uno más acorde a la época, lo que viene a decir “dejaos de mierdas originales, tragaos vuestro orgullo y hacednos ganar pasta”, a lo que los propios Anthrax reaccionaron sin hacer mucho caso… Curiosamente, este sello musical hizo exactamente lo mismo con los también infravalorados Ugly Kid Joe, obteniendo la misma respuesta negativa a sus requerimientos. No se iban a vender e iban a seguir haciendo la música que les gustaba. Punto.
Nacía así el 24 de octubre de 1995 el segundo álbum de la era John Bush: el “Stomp 442” un disco con un nombre algo indescifrable. “Stomp” significa en inglés “paso firme” y es además un ritmo musical. Y el número “442” corresponde a un modelo de coche de la marca Oldsmobile. Ahora, a ver si alguien le busca una conexión o un sentido. La portada también tiene lo suyo, una enorme bola de chatarra con un individuo de espaldas con un taparrabos portando una lanza. Cuentan las malas lenguas que era la portada elegida por Bruce Dickinson para ilustrar su álbum en solitario “Balls to Picasso”, pero al final la desechó y acabó en manos de los Anthrax. No parece muy del estilo al que nos tenían acostumbrados hasta ese momento, más oscuro, grotesco y demoníaco. Esa portada (con un logo genérico dando la espalda a la habitual tipografía del grupo) podría haber acompañado a cualquier álbum de grupo alternativo de la época. Por cierto, por alguna extraña razón, el gigante de los supermercados Walmart se negó a vender el CD en sus tiendas. Parece ser que algo que salía en la portada no les gustaba demasiado. A saber.
Para la producción, en un principio iban a contar con Michael Beinhorn, pero en esos momentos estaba demasiado atareado con sacar adelante el “Ozzmosis” de Ozzy, cosa que no les sentó demasiado bien a los chicos de Anthrax, puesto que ya lo tenían apalabrado. “Parece que Beinhorn le hace falta a Ozzy hasta para cagar”, Scott Ian dixit. Con lo que optaron por los hermanos Butcher, reconocidos por haber trabajado con un gran y ecléctico número de bandas; desde John Lennon hasta Dog eat Dog, pasando también por Bob Dylan.
El resultado fue otro discazo. No podía ser de otra forma. Melodías bastante homogéneas que se movían entre el groove metal más veloz con toques alternativos e industriales, guitarras más limpias y cortantes proporcionando un potente muro sónico, la batería de Benante latiendo al ritmo de mismo diablo y la voz de Bush que aplasta, tritura y machaca.
Se optó por la continuidad respecto al SOWN, aunque se aprecian las suficientes variaciones y modificaciones para notar una evolución en su sonido. Y para qué engañarnos, no se le echa de menos al hombre de la guitarra con las Tortugas Ninja, Dan Spitz, sobre todo porque fue suplido por Dimebag Darrell (Pantera). Y aunque este último sólo toca en dos temas, su influencia se nota y mucho en todo el trabajo. Las letras cambian algo, dejan de ser tan depresivas, de indefensión ante los demonios interiores, para hablar de rabia,de furia, de fuerza, de oposición activa y de lucha. Ahora, ¿podía salir algo mal? Pues salió algo mal. Además del boicot del Walmart y de la críticas injustas (algunas con mala leche) de los especialistas, a los ejecutivos de Elektra no les gustó demasiado el resultado, por lo que decidieron hacer lo justo e imprescindible para promocionar el álbum y así no ser demandados por el grupo. Las ventas fueron desastrosas, lo que repercutió en las posteriores giras que hicieron, quejándose muchos fans de que ni se habían enterado que que habían sacado un nuevo trabajo. A día de hoy parece mentira que un disco tan cojonudo y lleno de talento pasase poco menos que desapercibido.
El álbum comienza con la canción “Random Acts of senseless violence” (actos aleatorios de violencia sin sentido). ¡Pero si es que hasta el título recuerda al “Vulgar Display of Power” (vulgar demostración de fuerza) de Pantera! Una guitarra rasgada que da paso a la voz de Bush, que nos grita “puto” ( muy bien el frontman aprendiendo idiomas). Se destaca la fuerza y la potencia sobre la composición. No es el mejor tema del álbum para mi gusto, pero sirve para presentarnos las demás canciones. Ya nos damos cuenta de que el sonido guarda continuidad con el SOWN.
Seguimos con “Fueled” el corte más rápido de todos, y en el que se nota más la mano de Benante en la composición. Es el que mejor funciona para muchos y quizá el más comercial. Suena a hard rock desfasado. A pesar de la arrolladora presencia vocal de Bush en prácticamente todas las canciones, en esta parece dominar más el ritmo rápido. Salió como single. Llegamos al tercer tema, “King Size” y uno de los dos en los que Dimebag interviene directamente tocando la guitarra. Rápida, incisiva y extenuante, Ya notamos en la composición otro tipo de complejidad, la cantidad de matices tan característicos del Groove, al desbordante Dimebag y la arrolladora personalidad vocal de Bush.
Pasa lo mismo con Riding Shotgun, pero amplificado. La canción coge ritmo, para y se vuelve a acelerar sin perder un mínimo de de fuerza. El afilado y brutal sonido de las guitarras crea una atmósfera de sobreexcitación que altera los sentidos y te hace loquear. Sigue siendo un bestial despliegue de energía por parte de todos, pero hay que destacar otra vez a Bush, que con el permiso que le da Dimebag, lo llena todo. Su presencia en todas las canciones es absolutamente descomunal. Sin duda, una de las grandes voces del metal. “Perpetual motion” muy groove también, incluso más que las anteriores, dejando constancia del buen rollo, admiración e influencia mutua que siempre ha habido entre ellos y Pantera, variaciones de ritmo predominando siempre la rapidez sin dejar un respiro hasta el final de la canción.
“In a zone”, la que muestra las influencias más industriales, en ocasiones con un ritmo de batería simple y pegadizo que se enrevesa y complica por momentos, pero siempre con la misma contundencia con la que se desarrolla el disco. Irrumpe ahora “Nothing”. Vuelven las influencias del Grunge y de la música alternativa. La canción no se sale del guión establecido en el disco; suena algo diferente. Ritmos más lentos, melodías más curradas, siempre con el sello personal, por supuesto. Si algo tienen de bueno estos tipos es saber jugar con las influencias y hacerlas suyas sin parecer que están copiando. Prosigue el terremoto con “American Pompei”, con la voz de Bush en tono gamberrete y bastante sereno que se va acelerando y subiendo el volúmen conforme va avanzando el tema hasta expulsar esos berridos suyos tan característicos. No hay lugar al descanso, se forma una atmósfera guitarrera espesa y brutal. Suena muy grunge también. En esa época Los tentáculos de Alice in Chains eran muy largos…
La novena es “Drop the bomb”, un comienzo de guitarras metaleras y afiladas muy del estilo de Machine Head, hasta que Bush se hace con el cotarro desplegando su furiosa voz. Ritmo lento y pesado que se acelera bruscamente hasta alcanzar el clímax “I drop the bomb!!!”. Sinceramente no me imagino a Belladona poniendo voz a una canción como ésta (a casi ninguna de este disco, para ser sincero). La penúltima, “Tester “, muy a lo Metallica en el álbum negro al principio. Se desarrolla con enorme furia, como todas las anteriores. Cuando piensas que la voz de Bush no puede dar más, él sigue y sigue, y luego continúa. Y más. Y más. Parece no cansarse, estar siempre fresco, es una bestia. Acaba esta canción con unos aplausos de complacencia y de agrado ante el trabajo bien hecho. Parece que hemos llegado ya al final del trayecto…
Pero no se vayan todavía. Aún hay más. Una… balada!!! “Bare” Guitarra acústica, bongos como percusión y John Bush templando la voz para adaptarla a un ritmo lento y pausado. Para qué engañarnos, no se le da excesivamente bien, pero a este tipo se le perdona todo. El asunto no queda aquí, porque la canción acaba adquiriendo potencia guitarrera y subiendo hasta que vuelve a caer para acabar de forma un tanto imprevista.
Injustamente tratado por la crítica, incluso por los propios seguidores, la perspectiva del tiempo nos revela que estamos ante uno de los grandes discos de la década de los 90. Sin los Anthrax de Bush, el mundo del metal hubiese sido otro. Su contribución a la evolución del género fue enorme, a la altura de Pantera o de Machine Head. Grupos que supieron adaptarse a su tiempo sin perder una pizca de autenticidad, consiguiendo ser genuinos (no como otros). Con lo que nunca contaron fue con la complicidad de los medios o a lo mejor no supieron buscar un entorno favorable que les promocionara como les correspondía. Música de verdad, música hecha a golpe de furia y potencia, sin postizos ni añadidos artificiales. Hale, a pincharlo en el tocadiscos.
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