Crítica: Lamorte – Vie (2019).
Por Manuel J. González.
El arte ya no es lejano; toca a tu puerta y exhibe todas sus virtudes. Es algo así como tu mejor amigo; y por ello ya no le temes, y puedes expresar lo que sientes por él. De hecho, a él le pasa lo mismo. Las barreras cayeron y ahora la cercanía lo eleva y destruye todo a partes iguales. Y eso es hermoso; es más, la energía siempre se transformó. Es por ello que fue un placer escribir sobre los sevillanos Mordida, como también lo es hacerlo sobre Lamorte, una nueva idea que incorpora dos guitarras – Frank Serrano y Adri sin Fe – a los citados inicialmente.
Sin embargo, la reinvención es superlativa, ya que los profundos Lamorte suenan realmente a otra cosa. Se transforman; y se acercan a ti sin miedo. La brevedad de “Vie” es acierto que se convierte en adicción, ya que te quedas con ganas de más; y los nuevos registros vocales de Almero te hacen quererle un poco más. Este delicioso trabajo gustará a los devotos de los europeos Amenra – yo no lo soy –, sin embargo, inyectan parte de esa savia sureña que pule las aristas de la frialdad que a veces define un género ahora tan en boga. Es precioso el mensaje interior del disco: “una vida será recordada tan solo durante doscientos años, por ello la única manera de alcanzar la eternidad es a través de la creación artística”.
Por ello es sencillo cerrar los ojos y sentir la brutal embestida de una formación que no he podido evitar emparentar con mis hermanos mallorquines de Dead Eye Wolves. Adoro las conexiones. Piezas como “Air” se convierten en el perfecto equilibrio entre dolor y luminosidad. Y el desgarro de Almero te hace comprender que no existe creación sincera si no nace de ese intenso sentimiento. Romper para volver a construir. Reinventar para continuar. Los sevillanos son para gozarlos escarbando en nuestros propios interiores, haciéndonos preguntas, mutilando preceptos o ideas sin vigencia.
No existen límites en la música, mucho menos deberían existir hacia nosotros mismos. A ello me conduce “Last Call”. El colosal cierre con “Dead Soul” es evocador hasta sus últimas consecuencias. Gracias, chicos.