Qué lejano nos parece a veces el año 1999. ¡El siglo pasado! Quién recuerda, en pleno 2019, cosas como el “efecto 2000”, que parecía que se iba a cargar el mundo entero tras comer la uvas de la última Nochevieja del siglo XX. ¿O el láser disc? Objetivamente no ha sido demasiado el tiempo transcurrido. 20 años no son tantos, pero por momentos parece que estemos viviendo en galaxias diferentes. Sin embargo hay eventos, sucesos o noticias que recordamos como si fuera ayer. Y uno de ellos, que algunos conservamos fresco en la memoria es el aplastante debut de nuestros protagonistas de hoy. Damas y caballeros, hemos de dar paso a las letras sobre sexo, drogas y rock´n´roll, las guitarras afiladas, los tatuajes y las poses de malotes desafiantes. Hacemos retroceder un par de décadas nuestro Delorean rockero hasta abril de 1999, momento en el que se publicaba el debut de Buckcherry.
Por Jaime Taboada.
La década de los 90 no había sido precisamente propicia para el hard rock de la vieja escuela. Nirvana y el grunge, cual furibundo ciclón, habían borrado del mapa casi en su totalidad, a la mayoría de bandas que en el periodo 1986-1991 mantuvieron viva la llama hard rockera. Guns´N´Roses, Faster Pussycat, L.A.Guns, Motley Crüe y un largo etc. pasaron de ser venerados a vilipendiados en tiempo record. De golpe y porrazo nadie parecía querer glorificar los excesos, ni hacer apología del lema “Rock´N´Roll All Night And party Everyday”. Y cuando Cobain, Vedder y compañía tomaron con fuerza el timón de la industria musical marcaron un rumbo a seguir muy diferente durante unos cuantos años. En la segunda mitad de la década, el hard rock sleazy fue objeto de rehabilitación por algunos de los grupos nórdicos que en aquel momento despuntaban. Backyard Babies o Hardcore Superstar reivindicaban el legado de los Crüe, Guns´N´Roses o Faster Pussycat mientras que la figura de Michael Monroe se revalorizaba a la par que se erigía en una suerte de padre espiritual de algunas de aquellas formaciones. Pero todo ello a un nivel muy underground. Lejos quedaban los tiempos de la grandes giras, los lujos los ejércitos de groupies y las exhibiciones de hedonismo. A finales de los 90 el tímido repunte del hard rock no significaba un retorno a la cima. Para una gran mayoría de grupos representó, como mucho, un tardío reconocimiento y una segunda oportunidad a la que muchos se aferraron desesperadamente.
Pero como es habitual, siempre aparece alguien dispuesto a romper las reglas y hacerse un hueco. A codazos si es necesario. En este caso fueron Josh Todd y Keith Nelson quienes personificaron ese revulsivo.
Josh Todd era un joven de Anaheim Hill (California) que a mediados de los 90 militaba en una banda glam rock llamada Slamhound. En 1995 eso era el mejor ejemplo de los que se conoce como nadar contracorriente. Y pese a patearse todos los clubs de Hollywood y darlo todo noche tras noche no se comía ni una rosca. Hasta que un buen día coincidió en el estudio de un tatuador con Keith Nelson, guitarrista que se movía en parecidos círculos y que también se encontraba desplazado y fuera de lugar. Lo suyo eran los riffs a lo Aerosmith, AC/DC y compañía. Y en 1995 eso no era precisamente lo más popular del mundo. Vamos, que en algunos conciertos en los que Todd o Nelson participaban había más gente sobre el escenario que delante de él.
Pero tras comprobar que se complementaban bien, tenían gustos similares y que había buena química entre ellos, formaron una banda juntos llamada Sparrow, para la cual reclutaron a Jonathan Brightman como bajista y a Devon Glenn como batería. Tras unos ensayos comenzaron a recorrer todo cuanto club rockero de L.A. y alrededores se les ponía a tiro. Se vislumbraban vientos de cambio en la industria musical. Entre eso, el potente directo del grupo y el carisma arrollador de Josh Todd, el nombre de este grupo se iba haciendo cada vez más popular. Hasta que en sus conciertos comenzaron a dejarse ver caras conocidas como la del ex Sex Pistols Steve Jones, que en aquel momento residía en Los Angeles.
Jones, tras ver en directo al grupo en varias ocasiones, se convirtió en fan y valedor. Con su aval, además del de la creciente fama de la banda, la división musical de la productora cinematográfica Dreamworks se interesó por el grupo de cara a lo que en el futuro iba a ser su debut discográfico. Resulta a primera vista extraño que la compañía de Spielberg fichase a un grupo de estas características pero si nos fijamos en que David Geffen era uno de los socios del sello, la decisión parece mas lógica de lo que a priori pudiera parecer.
Un último escollo a salvar fue la demanda judicial con la que amenazó otro grupo que respondía por el mismo nombre sobre el cual, según parece, tenían los derechos legales. Todd y los suyos evitaron enzarzarse en un costoso pleito legal y decidieron cambiar el suyo. Es en ese momento cuando nacen Buckcherry tal como los conocemos. Aunque todo apunta a que se inspiraron en el maestro Chuck Berry los miembros de la banda sostuvieron que lo cogieron prestado de una drag queen que actuaba bajo ese pseudónimo.
A la hora de entrar en el estudio, la banda y Steve Jones ya habían hecho buenas migas y habían acordado que el guitarrista británico se encargara de la producción. Jones, de todos modos, era más músico que productor y tanto el grupo como el sello Dreamworks consideraron que hacía falta además un hombre que supiera manejar los aspectos menos visibles pero igual de importantes de una grabación (controles, ecualizaciones, mezclas coordinación con los ingenieros, etc). La labor de co productor recayó en Terry Date que por aquel entonces ya atesoraba un gran currículum y era extraordinariamente valorado en el mundo del hard rock y del metal. Aunque el ex Pistol no se mantuvo al margen e incluso llegó a grabar algunas guitarras en alguno de los temas. La decisión, tras escuchar el disco, no podía haber sido más acertada. La suma Buckcherry + Jones + Date dio como resultado un LP potente, contundente, de guitarras cortantes, agresivo, pero para nada recargado. De esos trabajos en los que el grupo va al grano prescindiendo de rellenos o arreglos grandilocuentes. En el debut de Buckcherry lo que hay es rock´n´roll en su más pura esencia. Pero tampoco debemos caer en la tentación de calificar al grupo simplemente como hard rock ya que en su sonido encontramos ecos de Guns´N´Roses, pero también de Sex Pistols, AC/DC, así como medios tiempos y temas lentos que se apartaban de los clichés del sleazy o del metal.
El disco se puso a la venta en abril de 1999 y para apoyar su lanzamiento, se lanzó como single Lit Up, una de esas canciones que lo tienen todo para ser un himno. Desde el riff, inspirado en Shock Me de KISS, hasta el estribillo en el que Josh Todd se desgañita cantando “I Love The Cocaine!!”, todo en ella es perfecto, como si se tratara de un mecanismo de relojería en el cada una de las piezas y engranajes encajaran con total y absoluta precisión.
Pese a la polémica letra, interpretada como una apología del consumo de cocaína, la canción y la promoción lograron aupar el disco hasta puestos altos. Aunque en ningún caso hablamos de una obra con un single y mero relleno para completarlo. De doce temas como doce soles contaba el álbum en los cuales el nivel era muy muy alto. Y como Buckcherry no eran un grupo monolítico sino que tenían una visión muy elástica del rock, había mucha variedad estilística. La agresividad era el sello de temas como Crushed , Dead Again, Dirty Mind con un sonido claramente influenciado por el punk rock.
A su vez, el grupo se mostraba como pez en el agua en canciones más orientadas a un sonido más 70’s clásico, y así lo demostraban canciones como Lawless & Lulu o las fabulosas Get Back y Drink The Water, en las cuales primaba la electricidad pero en su caso con un tono algo menos agresivo y más orientado hacia el sleazy o al hard rock.
Sin embargo la joya de la corona venía con los temas más lentos y melódicos. No porque fueran mejores o peores (que son buenísimos) sino porque en ellos el grupo lograba diferenciarse de otras muchas bandas que se movían en estilos similares. Siendo además las canciones en donde un cantante como Josh Todd brillaba especialmente. Temas como Check Your Head o Related son melódicos pero repletos de clase y con las guitarras en primer plano. Otros como Borderline, For The Movies o Baby podrían encajar en la definición de baladas, pero siempre bajo el prisma Buckcherry; sin arreglos horteras ni pomposas orquestaciones, sino austeras y desnudas, con la guitarra de Keith Nelson siempre presente en un primer plano. Lo que me lleva a destacar su trabajo. Tras la publicación del disco, la banda fichó a un segundo guitarrista para afrontar su carrera como un quinteto con dos guitarras. Pero en la grabación fue Nelson quien se hizo cargo de casi todas (Steve Jones echó una mano en algunas sesiones), ya fueran rítmicas o solistas, cumpliendo sobradamente y sonando como hay que sonar.
Sin florituras ni innecesarias exhibiciones de virtuosismo, pero con empaque y fuerza. En buena medida, él es quien define el sonido de Buckcherry y logra que sean un grupo especial. La sección rítmica se acoplaba perfectamente y formaba la base perfecta para que el guitarrista pusiera la guinda del pastel. Sin destacar por ninguna característica en especial cumplen su función de motor de las canciones y arropan con contundencia a Nelson y a Todd. Este último, como cantante y frontman es quizás el rostro más visible de la formación. Pero más allá de ello, es un fantástico cantante dotado además de una gran versatilidad de registros. Tras su imagen de “bad boy” hay un gran talento. Y en los días de su debut dicho talento venía además, acompañado de rabia juvenil y unas inmensas ganas de comerse el mundo.
Y si de comerse el mundo hablamos, se podría decir que Buckcherry lo intentaron. Y aunque finalmente se atragantaron, durante unos meses fueron la gran esperanza para el hard rock. Poco después de debutar, las ventas de su disco se contabilizaban por cientos de miles de copias y se embarcaban en una macro gira como teloneros de KISS, que en aquella época presentaban Psycho Circus. Fueron durante unos meses la “nueva sensación”. Pero el negocio del rock´n´roll era y es muy duro. Y si es difícil llegar a la cima, más lo es mantenerse. Y a Buckcherry les faltó suerte, acierto o un poco de todo. Perseverancia no, desde luego. Tras publicar en 2001 un segundo disco con escaso éxito, el grupo se rompió. Aunque años después Josh Todd y Keith Nelson volverían a unir fuerzas. A trancas y barrancas lograron sobrevivir y construir una discografía muy apreciable, aunque sin llegar en ningún momento la nivel de su disco homónimo. En pleno 2019 es Todd quien sigue al frente del grupo, tirando del carro inasequible al desaliento.
Pero hoy es momento de echar la vista atrás, retroceder mentalmente a 1999 y rememorar aquel instante en que a muchos nos cautivó un disco que devolvía al hard rock al primer plano de la actualidad y que nos volvía a hacer vibrar con estribillos de la vieja escuela, agresividad y guitarras que rugían cual motores a tope de revoluciones. Y aunque ni siquiera nos guste la cocaína, cada vez que escuchamos el riff de Lit Up seguiremos poniéndonos como motos.