“Solo debes creer en ti mismo y en los seis primeros discos de Black Sabbath”.


Esta frase la pronunció tiempo atrás Henry Rollins en un un ejercicio de mitomanía difícil de superar. Servidor la suscribe. Eso sí, podría sustituir perfectamente el nombre de la banda de Birmingham por AC/DC y seguiría teniendo todo el sentido del mundo. Hay pocas cosas más sólidas, fiables y perdurables que los discos de los australianos cuando Bon Scott militaba en sus filas y ellos dominaban el mundo.

Especial 40 aniversario: AC/DC – Highway to Hell (1979)

Por Jaime Taboada.


Era curiosa la trayectoria de la banda de los hermanos Young desde su fundación. Como si de un clan familiar se tratara (en cierto modo lo eran), las decisiones se tomaban pensando ante todo en términos artísticos y musicales. No desdeñaban crecer y aumentar sus ventas e índices de popularidad pero no deseaban hacerlo a cualquier precio, sino a su manera.

A final de 1978 la situación de la banda era diferente a la de otros tótems de la década. Su popularidad aún no era masiva, pero tampoco eran, ni mucho menos, unos humildes desconocidos. Paso a paso, a base de trabajo duro y perseverancia, consiguiendo llegar a una posición envidiada por muchos ya que su popularidad en Australia y Europa era bastante elevada y comenzaban, casi sin apoyo, a hacerse un nombre en Estados Unidos. Todo ello sin ningún tipo de concesiones de cara a la galería ni habiendo endulzado su sonido o suavizado sus composiciones. Su álbum en directo If You Want Blood You´ve Got It, publicado en 1978, los mostraba aguerridos y poderosos, siendo recompensados con un ascenso importante en las listas de ventas, sobre todo en Gran Bretaña. Pero quedaba el escollo norteamericano, un mercado que se les resistía. En parte debido a la falta de apoyo de la división estadounidense de Atlantic Records que pretendía que el grupo cambiase su sonido y lo hiciese más “amable” y “radiofónico”. En EEUU era muy difícil triunfar sin sonar en la radio, siendo las canciones de AC/DC demasiado ásperas y básicas. El grupo se encontraba ante la encrucijada de continuar su camino bajo sus propias reglas o tratar de dar el salto al status de superventas a cambio de ceder ante ciertas peticiones de su compañía discográfica.

Hoy en día muchas bandas son dueñas de sus carreras y están en condiciones de imponer sus criterios ante la industria, pero en 1978 la situación era muy diferente. Las majors discográficas y las emisoras de radio ostentaban mucho poder por lo que el triunfar o fracasar en muchas ocasiones dependía de la cobertura que unos y otros ofrecieran.

Con esto en mente podemos tratar de meternos en la piel de los hermanos Young cuando les proponen relevar a su equipo de productores habitual (Harry Vanda y George Young). Esta petición no sentó nada bien, sobre todo a Malcolm, poco amigo de los cambios, y más aun si éstos venían motivados por exigencias externas. Pero tampoco querían cerrarse en banda ante la posibilidad de dar con otros productores que adecuaran su sonido a los gustos del oyente americano medio sin tener que sacrificar su integridad.

El primer intento fue el de trabajar con Eddie Kramer, que había ejercido como ingeniero y productor con gente del calibre de Jimi Hendrix, Led Zeppelin o KISS. Unas semanas en los estudios Criteria de Miami fueron suficientes para comprobar lo erróneo de la elección. A priori parecía una buena idea pero pronto ambos (productor y banda) demostraron ser incompatibles. Los hermanos Young no congeniaron en ningún momento con Kramer, ni en el aspecto personal ni en el musical. Hasta que Malcolm, harto de todo, llamó a Michael Browning (por aquel entonces manager de la banda), para anunciarle que no aguantarían a Kramer ni un minuto más. Fue en ese momento de hartazgo cuando entró en escena Robert John “Mutt” Lange.

AC/DC siempre ha sido un grupo que ha seguido su propio camino y ha tenido claro cómo debían sonar sus discos. Para ellos trabajar con un productor iba más allá de los aspectos técnicos (ecualizaciones, colocación de micros, etc.). Hasta ese momento su trabajo en el estudio se planteaba como una especie de reunión familiar (no en vano uno de los productores era el hermano de los guitarristas). Ante todo valoraban el congeniar a nivel personal pues de lo que se trataba era de encajar y tener buena química. Para los australianos el productor no debía de ser el protagonista en ningún caso ni ejercer mando alguno. Ellos veían el trabajo de producción como una colaboración externa pero siempre bajo la premisa de que la tarea se llevase a cabo para ayudar al grupo a que el resultado final se ajustase a sus deseos. No eran bienvenidas las imposiciones ni las ansias de protagonismo. Kramer no entendió este concepto y quiso llevar la batuta en las sesiones de grabación, motivo por el cual fue rechazado de plano por el grupo.

La banda por su cuenta habían trabajado en algunos esbozos de canciones y ante la sugerencia de su manager le mostraron los resultados a Robert John “Mutt” Lange y comenzaron a trabajar juntos, cuajando la relación entre ambas partes en esta ocasión. Fue en ese instante cuando se podría afirmar que comenzaba lo que era la grabación propiamente dicha de lo que terminaría siendo Highway To Hell.

Lange tenía por delante un reto difícil. Mantener el espíritu del grupo intacto y a la vez pulir ciertas aristas para lograr que los australianos se auparan a lo más alto de las listas de ventas. Con es objetivo en mente planificó una larga estancia en los estudios Roundhouse londinenses con maratonianas jornadas e introduciendo profundos cambios en las rutinas de grabación de los australianos. Estuvieron encerrados en el estudio por espacio de dos meses, lo cual se hizo muy extraño para ellos que no acostrumbraban a tardar más que tres o cuatro semanas en completar cada disco. Además Lange respetaba muchísimo a la banda y deseaba que a la hora de componer se mantuvieran fieles a sí mismos. Quería mantener la estructura básica y sencilla de sus canciones pero a la vez, su intención era asegurarse de que quedaran redondas.

Las sesiones en los estudios Roundhouse se desarrollaron en un buen ambiente. El productor hacía repetir tomas y ensayos pero no se quedaba ahí. Aportaba sugerencias (sin exigencias) bien recibidas por los miembros del grupo al comprobar que se traducían en progresos reales. Una de las más importantes fue la de centrarse en la voz de Bon Scott. El productor trabajó codo con codo con el vocalista y le enseñó a cantar a la vez que controlaba su respiración para que así le sacara todo el partido a su privilegiada garganta.

Detalles así hicieron que los hermanos Young, Phil Rudd, Cliff Williams y Scott se encontraran a gusto con “Mutt” Lange, alguien que venía de un mundo diferente al suyo pero que sabía amoldarse al día a día de AC/DC. Y no solo eso, sino que además todo el grupo estaba encantado con los resultados según podían comprobar conforme iban completando las canciones. Trasladándolo a un lenguaje contemporáneo, empezaban a verse a sí mismos como unos AC/DC 2.0. Corregidos y mejorados.

Tras dos agotadores pero productivos meses el álbum fue mezclado y el 27 de julio se puso a la venta en medio de gran expectación. Tanto el título como la portada (esos cuernos “diabólicos” de Angus y la mirada desafiante de Malcom) soliviantaron los ánimos de ciertos grupos ultraconservadores de EEUU. Pero a los pocos días ya estaba más que claro que tanto Atlantic Records como el grupo habían logrado su objetivo. Apoyado en la canción que daba título al álbum, éste fue ascendiendo en las listas de ventas y poco a poco fue convirtió a AC/DC en estrellas. Con todo merecimiento además. No habían perdido ni un gramo de fuerza o pegada, sino que además contundencia.

Viéndolo en perspectiva, tiene mucho mérito que tras años de publicar discos a razón de uno por año y de no parar de girar y tocar en directo, la banda lejos de mostrar síntomas de cansancio o agotamiento sonara rejuvenecida, ágil, con músculo.

Desde el mágico riff del himno que da título al álbum hasta el final con ese blues rock del averno que es Night Prowler TODO es una maravilla. Con una banda a tope de inspiración, además de sólida y compacta como pocas. ROCK su más pura esencia. En apariencia Bon Scott y Angus Young serían los miembros con más protagonismo por encima del resto, pero en realidad el sonido tan característico de los australianos se cimentaba en la guitarra rítmica de Malcom y en el tándem Rudd-Williams, que formaban una sección rítmica de esas que hacían que la expresión “menos es más” cobrase todo el sentido. Parece muy simple pero durante décadas ha sido imitada en incontables ocasiones pero nadie ha conseguido recrearla con la maestría de la que ellos hacían gala.

El LP se componía de 10 canciones a cada cual más impactante. No representaba un salto importante a nivel estilístico con respecto a su discografía anterior ni era especialmente novedoso. La producción de “Mutt” Lange había logrado que las canciones quizás lucieran algo más, pero básicamente se trataba de otro discazo de boogie-hard-blues-rock totalmente adictivo. Lo que marcaba la diferencia el extraordinario nivel de calidad. Cada nota valía su peso en oro y Bon Scott se superaba a sí mismo cantando mejor que nunca.

Poco queda por decir que no se haya dicho ya de la canción que titula el álbum. Un clásico por derecho propio del que nunca nos cansamos. Pero su enorme popularidad quizás eclipse un tanto al resto de canciones y en Highway To Hell hay material de alto voltaje para dar y regalar. Mayormente boogie rock incendiario como en las fabulosas Girls Got Rhythm, Shot Down In Flames o Beating Around The Bushes, así como rock and roll festivo y vacilón en maravillas Get It Hot. Tampoco se quedan atrás joyas como If You Want Blood (You Got It) con un Bon Scott cantando con más fiereza y mala leche que nunca, o Touch Too Much. Quizás Love Hungry Man quede un peldaño por debajo del resto, pero en ningún caso podríamos considerarlo una medianía o un relleno. Más bien sería el notable en medio de una ola de matrículas de honor.

Mención aparte podemos hacer de Night Prowler, estratégicamente colocada como cierre y colofón. Una canción larga, nada complaciente y con una atmósfera cortante, pudiendo ser calificada incluso como inquietante. El tema generó unos años más tarde cierta polémica ya que se acusaba al grupo de hacer apología del acoso y en 1985 era detenido Richard Ramírez, conocido como The Night Stalker, asesino múltiple además de presunto fan del grupo. Se hizo público que vestía con gorras y camisetas de AC/DC y pese a que la canción había sido compuesta y grabada mucho antes de que el nombre de Ramírez fuera conocido por la opinión pública, hubo quien expresó su indignación, señalando a la banda como influencia del serial killer. Una de esas polémicas artificiales a las que tan aficionados son en Estados Unidos.

La verdad es que desgranar canciones por estilos no procede en un trabajo superlativo como éste. Los temas en este caso van mucho más allá de etiquetas. Esto es ROCK´N´ROLL reducido a su estado más primario. No aplican aquí virtuosismos ni alardes técnicos. Lo visceral prima sobre lo académico, siendo tan inútil el esfuerzo de encontrar variedad en este álbum como en cualquiera de los discos clásicos de Chuck Berry. En los AC/DC de 1979 lo que encontramos es talento a raudales y sobre todo una coherencia a prueba de bombas.

El disco fue muy bien recibido tanto por crítica como por el público en general. Y por vez primera, el grupo alcanzaba un status de éxito en el codiciado mercado americano. Ya no eran solamente una banda conocida. A partir de ese momento, eran estrellas de pleno derecho qué podrían protagonizar giras exitosas como cabezas de cartel. Con el orgullo además de haberlo conseguido a su manera. Esto fue lo que finalmente logró que Lange pasara a ser aceptado como uno más dentro del clan australiano. La banda quedó contenta con su trabajo, algo de que demostraron repitiendo colaboración en el siguiente álbum.

En la segunda mitad de 1979 AC/DC eran una maquinaria a pleno rendimiento cuya escalada no parecía conocer límites. Pero la desgracia estaba ahí acechando, presentándose en el momento más inesperado pues en plena cima el destino golpeaba duramente al grupo, a los fans y al mundo del rock en general. El 19 de febrero de 1980 se anunciaba el fallecimiento del gran Bon Scott. Nunca hubo otro como él. Y dudo que vuelva a haberlo en el futuro. Su muerte nos privó de una de las más excepcionales voces de la historia del rock. El modo en que hubieran evolucionado tanto él como sus compañeros de haber continuado vivos entra dentro del terreno de la mera especulación. Con lo que nos quedamos es con los años de su vida como vocalista de AC/DC, constituyendo Highway To Hell un excepcional broche de oro de una carrera tan meteórica como brillante.

Han pasado 40 años desde la publicación del disco. AC/DC, a trancas y barrancas continúan en activo pero ya nada es ni remotamente parecido. Lo que sí ha permanecido inalterable es la calidad, pureza y mala hostia que supura Highway To Hell. Un buen amigo siempre dice que fue este disco el que le hizo pasar del Scalextric y del Cine Exin al rock´n´roll, algo que comprendo perfectamente.

Por mi parte, no es necesaria más palabrería. Dejemos que hablen las guitarras y el rock´n´roll e iniciemos el viaje por la autopista al infierno. Puede que incluso localicemos a Bon Scott en el camino y nos corramos una buena juerga tal y como él acostumbraba.

Let´s Be On A Highway To Hell!!!!!!



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