Cuando uno iba a la escuela en clase de Geografía le enseñaban el mapa de Europa y sus distintos países y zonas. Y entonces te explicaban aquello de la Unión del Benelux, que recordando para quienes no atendieron en clase venía a referirse a la unión con intereses económicas y de libre circulación entre Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. A Bélgica y Holanda difícilmente se les pueden considerar países fuera de la norma en cuanto a exportación de talentos musicales –de memoria salen unos pocos, podríamos citar desde clásicos del progresivo como Ayreon hasta combos consolidados como Amenra pasando por incipientes promesas como Brutus– eso por no hablar de acoger algunos de los festivales más multitudinarios y consolidados del viejo continente como son el Rock Werchter, el Graspop o el Roadburn. ¿Pero y de Luxemburgo quién se acuerda? Del pequeño país centroeuropeo sólo nos acordemos a colación de alguna noticia de la UE y poco más. Pues resulta que una de las bandas más divertidas dentro del math rock e instrumental que pueden escuchar son de allí. Hablo de Mutiny On The Bounty.

El cuarteto luxemburgués se mueve en su salsa en los zigzagueantes contoneos del math rock más vertiginoso añadiendo algún que otro aderezo electrónico con gran mimo, elevando así sus composiciones por encima de la media de grupos de un subgénero en ocasiones con demasiada tendencia al onanismo. La banda fue formada en la primera mitad de la década de los 2000´s por el guitarrista Nicolas Przeor y el batería Sacha Hanlet, también conocidos por sus alias respectivos de Pzey y Falcon. Desde entonces han publicado múltiples singles, un primer disco en formato split y tres trabajos de estudio en formato elepé. Su último Digital Tropics del 2015 es uno de esos discos fetiches que tengo de cabecera y es que esconde en él joyas tan redondas como las bailongas Mkl Jksn, Dance Automaton Dance, la hipnótica Ballet Mécanique o la más punzante Strobocop. Temas instrumentales de gran ritmo y que rara vez se extienden más de la cuenta. Son precisamente ese saber hacer en la concisión y su capacidad de transformar sus piezas en golosinas rítmicas en directo dos de los factores por los que tan buen cariño les guardo a estos luxemburgueses.

De su catálogo anterior también pueden disfrutar de piezas técnicamente impolutas como North Korea y Statues incluidas en Trials (2012) o Go Hide Your Neck y The Art of Escapology del algo menor Danger Mouth (2009), si bien éstas siguen un patrón algo más épico a lo post-hardcore en gran parte debido al factor vocal que tanto peso tuvo en los dos primeros largos con Falcon llevando la voz principal. No obstante, de esa etapa siempre han relucido más que ninguna otra las dos canciones que ejemplifican el pasado y evolución de la banda. Artifacts y Mapping the Universe como metáfora de su desarrollo musical. Artifacts con sus juguetonas guitarras y su estribillo se acerca al poderío y atracción melódica de todo unos Thursday, amén de poseer esos versos en falsetto delicioso. Mapping the Universe por su parte contiene el clímax final más grande de toda su trayectoria con una lección de tapping que a buen seguro a nuestros queridos Jardín de la Croix no les importaría haber parido.

Quienes hemos tenido la suerte de verles tocar en directo sabemos que sus actuaciones son de acabar con la camiseta empapada en sudor y tremendamente extasiados de haber presenciado música de gran complejidad técnica pero siempre con un sentido definido sin irse por las ramas más de lo debido. En la memoria su último paso por Barcelona con motivo del AMFest del pasado año –festival en el que ya tocaron en 2015- y ganas de seguir a una banda que como ellos mismos se autodefinen en su perfil de Facebook practican un Dancy Math-Rock que puede gustar tanto a los que se flipan con grupos como Tera Melos o Battles, lo hicieron en su momento con los primeros Foals e incluso, en virtud de sus primeros discos, podría motivar a fans de Thrice, At The Drive-In y Refused. Una de las gemas ocultas de nuestro continente.