Crítica: Joker (2019).
Dirección: Todd Phillips.
Guión: Todd Phillips y Scott Silver.
Música: Hildur Guðnadóttir.
Fotografía: Lawrence Sher
Reparto: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Bill Camp, Frances Conroy, Brett Cullen.

Texto por Jaime Taboada.


Desde que hace unos meses comenzó a hablarse de la película dedicada al Joker la expectación entre fans, cinéfilos y curiosos en general ha ido en ascenso, al mismo tiempo que iban apareciendo en redes y medios de comunicación novedades al respecto. Cuando la noticia se hizo oficial, personalmente encontré chocante que se hiciera cargo del proyecto alguien como Todd Phillips, responsable de títulos como Resacón en Las Vegas y secuelas. No parecía en principio la elección más adecuada. Sobre todo cuando manifestó su intención de apartarse de los esquemas del cine de superhéroes. Quería rodar una película acerca de un personaje de cómic pero sin referencia alguna a ese campo.

Comenzamos a respirar más tranquilos cuando supimos que el protagonista sería Joaquin Phoenix, uno de esos actores que cuando se involucran en algún proyecto lo hacen a conciencia. Como suele ser habitual preparó su papel de manera obsesiva puliendo hasta los más ínfimos detalles. Con estos mimbres, la película se puso en marcha. En Warner Brothers, mientras tanto, estaban acojonados. No terminaban de ver clara la idea de una película protagonizada por un personaje tan enfermizo como el Joker. Algunos ejecutivos se llevaron las manos a la cabeza cuando vieron lo que Todd Phillips había hecho con el personaje. Pero ya no había marcha atrás, así que Warner comenzó su campaña de promoción.

De ese modo, pudimos ver los primeros trailers (muy prometedores) y comprobar con asombro como el filme se hacía con el premio a la mejor película del Festival de Venecia. Asombro que venía dado por la tradicional alergia de los festivales europeos a las grandes producciones estadounidenses. A su vez también hicieron acto de presencia las primera polémicas en Estados Unidos. Todo ello mientras muchos de nosotros esperábamos con ansia el estreno. Y llegado el momento pudimos comprobar que no solo estamos ante una gran película, sino que además es un título rupturista y transgresor con vocación de clásico.

Realmente nunca entendí las dudas de Warner acerca de la viabilidad de una película sobre Joker. Creo que muchos seguidores de Batman estaríamos de acuerdo en que es uno de los personajes del universo del Hombre Murciélago que más juego da; aunque lo cierto es que nunca esperaríamos que su traslación a la pantalla fuera del modo en que la hemos visto. En este filme no hay rastro de Batman, superhéroes, épica, luchas con enemigos de otros mundos, grandilocuencia o superpoderes. Si el Joker de Heath Ledger en la excelente El Caballero Oscuro nos mostraba casi la quintaesencia del Mal, y dejaba el listón elevadísimo, Joaquin Phoenix recoge el guante y construye un Joker que nos enseña cómo fue el proceso que le condujo a ser la figura que todos conocemos.

Hemos de aplaudir a Todd Phillips (director y co guionista) y a Scott Silver (co guionista) por su valentía en el tratamiento que le han dado al personaje. Hubiera sido relativamente sencillo enfatizar la supuesta locura del protagonismo y filmar una escalada de violencia. Pero han optado por una historia de hostigamiento colectivo hacia un personaje que no nace, sino que se hace a base de recibir un revés tras otro de manera inmisericorde. La transformación de Arthur en el Joker se va fraguando poco a poco, de manera lenta pero imparable. Todo en el deprimente marco de una Gotham oscura y degradada, en donde una élite vive a lo grande ajena al mundo real que la rodea. Es quizás en ese punto en donde la película sobresale con más intensidad. El uso del personaje del Joker en clave social es brillante, lanzando un mensaje incisivo y contundente, inusual en este tipo de producciones de las majors estadounidenses.

Las personas como los Wayne son los que crean a personas como el Joker. Ambos personajes son representativos de dos mundos que cohabitan en el mismo planeta pero que parecen alejarse cada vez más entre sí. La opulencia de unos a costa de la miseria de otros. Es relativamente fácil extrapolar la situación a la mayoría de grandes ciudades occidentales. Las grandes familias de Gotham acaparan poder, recursos y riqueza mientras los miles de Arthurs sufren en sus carnes la escasez y los recortes, a la vez que ven pisoteada su dignidad quedando reducidos a la mera condición de mercancía. Todo ello se plasma en la pantalla en medio de una constante tensión y una violencia soterradamente gráfica. Durante todo el metraje planea sobre nuestras cabezas la sensación de que cada bofetada que recibe el protagonista lo carcome un poco más. Puñetazos de una sociedad que lo deja de lado, en un clima progresivamente enfermizo y obsesivo, apoyado en el muy acertado planteamiento visual de Phillips que casi siempre opta por situar la acción en ambientes sucios, oscuros o cerrados, contribuyendo a realzar esa sensación de opresión que vive el personaje.

Solo por estos factores ya podemos decir que estamos ante un título notabilísimo. Pero la guinda del pastel la pone un MONSTRUOSO Joaquin Phoenix. Consciente de que su caracterización iba a sufrir las inevitables comparaciones con las de sus antecesores (Jack Nicholson, Jared Leto o Heath Ledger), ha construido un Joker muy diferente de los anteriores. Más humano, real y por ello, más temible. Phoenix le da vida transmitiendonos en todo momento un sentimiento de frustración, incomodidad y rechazo, convirtiéndolo en un personaje perturbador. Una especie de voz de la conciencia avisando de que no hay más monstruos que los creados por la sociedad. Un hombre cuyo mundo se desmorona cual castillo de naipes y se transforma en algo que no buscaba ser. Su mirada, su compulsiva risa, su extrema delgadez, su relación con el mundo, etc. Todo es parte de un complejo carácter al cual de forma de manera magistral un Phoenix simple y llanamente pletórico, capaz de dotar a su personaje de toda la crudeza del mundo pero inspirando a su vez, una cierta ternura. Transmite con convicción que su transformación de Arthur a Joker no es debido a su carácter o personalidad, sino a pesar de ellos. El mundo odia a un hombre que solo busca ser aceptado haciendo reír, y lo único que cosecha es un rechazo tras otro. Es inevitable llegar a sentir una cierta empatía por él.

Recuerdo que hace unos días leía que se relacionaba la película con títulos como Taxi Driver, y me extrañó. Pensaba que se trataba solamente de una maniobra publicitaria pero una vez vista sí veo claro el nexo de unión entre ambos personajes y su manera de proceder. La inadaptación social, la incomprensión y un entorno hostil que no los entiende ni los acepta. Ambas películas hacen de esos aspectos el eje en torno al cual pivotan sus protagonistas. Diferentes contextos, pero similares resultados. Dos títulos de esos que dejan poso y perduran en la memoria.

Por último, y no por ello menos importante, se me antoja imprescindible hablar de la banda sonora. Espectacular y con una serie de sorpresas (al menos para mi lo son) qué engrandecen (más si cabe) un trabajo titánico, cobrando una especial importancia en algunos de los momentos álgidos del metraje. No quiero destripar el argumento ni el final a nadie. Pero sí que animo a todo el mundo a que acuda al cine. Olvidaos de Batman, superhéroes y cómics. En Joker hay mucho más. Hay CINE con mayúsculas. Avisados quedáis.