Por Jaime Taboada.


Creo que no nos podremos quejar los cinéfilos de cómo está transcurriendo el año 2019, sobre todo desde agosto. Sin aproximarnos ni de lejos a la edad de oro de Hollywood una serie de estrenos han proporcionado cierto esplendor a la cartelera poniendo de manifiesto, una vez más, que es posible conjugar comercialidad, calidad, entretenimiento y grandes presupuestos.

No sé si estamos asistiendo a un nuevo cambio de ciclo o es algo puntual, pero tras los estrenos de títulos como Once Upon A Time….In Hollywood, Joker o Le Mans ´66 volvemos a recuperar la fe en las grandes producciones, las cuales parecían reservadas en exclusiva para las producciones de Marvel y Star Wars. Y podemos encuadrar también dentro de esta categoría a The Irishman, la esperadísima película que tras muchos años reuniría a Joe Pesci, Robert De Niro, Harvey Keitel y Martin Scorsese. The Irishman ha sido un proyecto que su director ha logrado sacar adelante a base de tesón, cabezonería y muchísima perseverancia. A cambio, eso sí, de adaptarse a la política de Netflix (quien paga manda) sobre estrenos en salas de cine restringiendo bastante la exhibición en pantalla grande.

Para el rodaje de esta producción Scorsese siempre tuvo claro que tenía entre manos un material que requería de la presencia de sus viejos camaradas De Niro y Pesci. En ello puso todo su empeño, como si de una vieja reunión de amigos se tratara. Liberar agendas y encontrar tiempo para el proyecto pudo haber sido un obstáculo, pero en ningún caso insalvable. Lo peor venía dado por la edad de los actores, pues hacía difícil que pudieran encarnar a unos personajes que requerían en bastantes momentos del metraje tener una edad muchísimo menor que la real. Scorsese no quería sustituirlos por actores más jóvenes ni recurrir a maquillajes que pudieran dar sensación de impostura. Pretendía llegar a una solución de la mano de la tecnología pero a ser posible con un resultado imperceptible a los ojos de los espectadores. Finalmente logró su objetivo (de manera bastante brillante, creo yo) tras muchas pruebas, descartes y frustraciones.

Pero los problemas no terminaban ahí. Si la cuestión del “lifting digital” era compleja, más lo era la financiación del proyecto. Tal como su director lo concebía el coste era elevado pero no constituía por si mismo el obstáculo que echaba para atrás a los posibles inversores. Lo más problemático es que las vacas sagradas de Hollywood no veían el suficiente potencial en una epopeya de cerca de tres horas y media que guardaba más relación con una película de autor que con un blockbuster. Financieramente nadie quería arriesgarse. Y fue tras muchos tiras y aflojas cuando entró en escena la todopoderosa plataforma Netflix. Cuando The Irishman comenzó a fraguarse años atrás, el gigante de la tv en streaming aún no era todavía tan poderoso como lo es en la actualidad, pero tras unos años de expansión se convirtió en el coloso financiero que finalmente le dio carta blanca a Marty, quien aceptó sin dudar la oferta sabiendo que era la única oportunidad de rodar la película de la manera que él deseaba. Con el único handicap antes mencionado de que su estreno en cines sería bastante restringido, condición en la que hubo de ceder el neoyorquino.

Basada en el libro de Charles Brandt, investigador, periodista y antiguo trabajador de la fiscalía de Delaware, The Irishman narra la historia de una de las grandes familias de la mafia norteamericana durante el periodo de tiempo que transcurre entre los años posteriores a la II Guerra Mundial y los inicios del siglo XXI, tomando como referencia el personaje de Frank Sheeran, el irlandés al que hace referencia el título de la película. Esto sería un resumen a grosso modo. Pero hay más, mucho más, a lo largo del metraje. Scorsese traza un magnífico retrato del crimen organizado, de cómo funcionaba internamente, cuál era su estructura jerárquica y qué reglas se establecían, poniendo al descubierto el lado humano tras la maquinaria criminal.

La película en su tramo inicial es un producto 100% Scorsese que nos hace venir a la cabeza títulos tan memorables como Goodfellas o Casino. Y no solo por la temática, sino también por el montaje, la forma de narrar o la integración de canciones en la historia. Los pantallazos informativos acerca de los personajes, la ruptura de la cuarta pared del personaje de De Niro, la atención a los detalles o los diálogos. Todo está ahí presente. Pero en esta ocasión Scorsese va más allá. Consciente de estar ante una historia de personas de otra época, el director imprime un tono crepuscular que nos hace llegar incluso a empatizar con unos personajes que no eran precisamente un ejemplo de valores humanos.

En The Irishman lo de menos es qué se hacía. Se habla de los negocios de la mafia pero sin hacer hincapié en las actividades ilegales. Scorsese da prioridad a profundizar en la conducta y motivaciones de los personajes. Los que tienen el poder dictan las reglas mientras se rigen por unos códigos de honor basados en la sangre y el origen. Otros, como el personaje de Hoffa (gran papel del de Al Pacino), pretenden ostentarlo y ejercerlo pero nunca llegarán a la cima. El no ser italiano determina cuál es su techo. Podrá ser poderoso pero siempre tendrá alguien por encima. Una premisa que el protagonista Frank Sheeran tiene clara y que Hoffa no termina de asimilar. Y eso sella el destino de cada uno de ellos.

La película, además, profundiza en el drama humano de un protagonista que se gana la confianza de todos sus allegados mientras pierde la de su familia, personificando su fracaso doméstico en el personaje de una de sus hijas (fantásticas tanto Anna Paquin como su “versión” infantil) El golpe de gracia lo da el film mostrando que finalmente, cuando el cuerpo falla, no hay dinero ni poder que evite la degradación física. La decadencia física y mental no conoce jerarquías ni estratos de poder. Tan solo demuestra que hasta el hombre más poderoso del mundo puede llegar a no valerse por sí mismo. Esta perspectiva marca la diferencia entre esta producción y otras de similar temática. Podemos ver la evolución humana de unos personajes con anhelos, preocupaciones y familias. Buscando incluso la redención en medio de una vida de sordidez. En realidad, bajo la apariencia de una película de la mafia, asistimos más bien a un drama acerca de unos personajes, una cultura y una época que se fue para no volver. Si James Ellroy lo narró en sus novelas con crudeza y extra de testosterona, Scorsese ha optado por una mirada humanizadora. Ambas válidas y se podría decir que complementarias.

Me echaría horas hablando de este peliculón pero no quiero ni destripar excesivamente el argumento ni ponerme demasiado sesudo. Aunque es de justicia destacar por encima del resto el trabajo de un monumental Joe Pesci. Nunca antes había llegado a ese nivel, con una interpretación contenida y pausada llenado la pantalla en cada una de sus apariciones.

Tres horas y veinte minutos de CINE con mayúsculas. Tiempo en el que es imposible apartar la vista de la pantalla mientras nos convencemos de que estamos asistiendo al visionado de una obra maestra. ¿Es posible tal cosa en 2019? Rotundamente SÍ. Y The Irishman es la prueba. Pulgares arriba