Por Manuel L. Sacristán, Lluis Puebla Matgés y Rafa Diablorock.


Dónde estaban mis amigos, mis hermanos mayores, los descarriados hijos de perra que tanto placer nos habían proporcionado. Quiénes eran sus herederos, dónde se iban a cobijar, cómo iban a salir a la luz. Por qué no salieron a la luz. Por qué ya no había espacio para el hard rock angelino. Manuel L. Sacristán, Lluis Puebla Matgés y Rafa Diablorock nos terminan de mostrar en esta tercera y última entrega de “Los años oscuros del hard rock” una serie de discos paridos en un periodo concreto, en un punto perdido en el espacio y el tiempo, que nos ayudarán a encontrar las respuestas.


THE DONNAS: SPEND THE NIGHT (2002)

Érase que se era, cuatro chicas no especialmente agraciadas que rockeaban de la hostia. Si acaso, uno de los pocos discos realmente excitantes que nos retrotraían al sonido de otra era con gracia y simpatía. Fue su debut en un sello grande, su primera entrada en el Billobard (nº 62), y contenía su single más conocido, «Take It Off». Divertidas, potentes, melódicas, jóvenes, con olor a instituto y sin embargo la madurez suficiente para sonar mucho más que competentes. No eran un divertimento para un rato, y si no te lo crees, vuelve a chequear sus actuaciones en el show de Jay Leno o en el Late Show de David Letterman. Al año siguiente, estaban tocando en el escenario principal de Lollapalooza. Otro disco de ellas absolutamente reivindicable es Bitchin’ (2007), un cojonudo álbum de hard rock. Me encantaban, y me encantó verlas en la lista de Chuck Klosterman en “Fargo Rock City”. Junto a Betty Blowtorch, la banda femenina de rock por antonomasia de comienzos de siglo.


HANOI ROCKS: 12 SHOTS ON THE ROCKS (2002)

Otro grupo fuera de su hábitat natural en el año que sacaron este disco de retorno, un trabajo mucho más puro y entrañable de lo que cabía esperar. Nadie creía que Hanoi Rocks fuesen a reunirse, aunque no fuese con la formación original: Michael Monroe se había perdido en el tiempo tras el excelente Not Fakin’ It (1989), facturando discos legendarios para una cuadrilla de perdedores que le recordamos; ni un paso en falso, pero tampoco uno reconocible. Para el mundo del rock, la última aportación de Monroe fueron la armónica y el saxo en los Use Your Illusion y un tema cantado a medias con Axl en “The Spaghetti Incident!?”, pero Piece of mind y Life gets you dirty eran discos realmente entrañables. Por su parte, Andy McCoy había vuelto al mundo de los vivos con Building on tradition, un disco fascinante aunque producido como si se hubiese parido veinte años antes. Inesperadamente, se juntaron para una gira de retorno que los trajo a Jerez de la Frontera, para la primera edición de uno de los mejores Festivales de rock que ha tenido la suerte de presenciar este país, el Serie Z. Aquella fue una visita surrealista, con la banda casi exigiendo caballo en el contrato y encontrándose la gente a McCoy perdido en tiendas de ropa china comprando harapos que luego le sentarían de lujo en escena. Dieron un concierto irregular, anfetamínico, diferente. Eran únicos. Aunque también cabe reivindicar Street Poetry (2007) como un álbum poderoso y memorable en su mayor parte, Twelve shots on the rocks resulta fascinante por varios motivos. En primer lugar, y siento reiterarlo, por inesperado. Eran dos balas perdidas volviendo al ruedo cuando nadie daba un duro porque fuesen capaces de vivir un solo día más. Después está el asunto verdaderamente importante: ya no se hacían canciones como “Obscured”, el single «People Like Me», la preciosa «In My Darkest Moment», o la mítica «A Day Late, A Dollar Short». Sí, mítica, no pienso ceder ni un milímetro ahí. «Watch This», «Gypsy Boots» o «Lucky» eran también buenos temas. Se podían sacar pegas al disco, por cierta dispersión sonora, porque algunos solos de saxo no fuesen del propio Monroe, por tener algo de relleno… pero nada. Al final del día, NO ME DA LA GANA poner pegas a Hanoi Rocks. Una de las mejores (y más infravaloradas) bandas de la historia en uno de los mejores (y menos reconocidos) retornos de la historia.


NAKED BEGGARS: NAKED BEGGARS (2003)

Cinderella siempre fue la banda de Tom Keifer, y Tom jugaba otra liga. Su inclusión de sonidos más bluesy y americanos, su variado registro vocal y el no considerarse una banda de LA (eran de Philadelphia) siempre los alejaron de la escena y lograron tener mejor consideración artística que la mayoría de sus contemporáneos. La mayoría de esos elogios recaían (con razón) en el inmenso talento de su líder. Eric Britingham y Jeff LaBar (bajista y guitarra) arrancaron este proyecto ayudados en las voces por la esposa del primero y, como no podía ser de otra manera, volvieron a desmarcarse del entorno, y en vez de querer sonar “actuales” (qué expresión más idiota), se sacaron de la manga un disco que tiene mucho más que ver con los primeros trabajos de Heart que con Linkin Park. No es un disco que me pase el día recomendando, pero su escucha es algo más que un ejercicio de nostalgia. Nunca sabremos si el estribillo de “Bitch” (I’m not your Cinderella Bitch) era un dardo envenenado a Tom o a la discográfica que nos privó de más discos de los creadores de “Gipsy Road”.


BRIDES OF DESTRUCTION: HERE COME THE BRIDES (2004)

Ay Nikki Sixx. Ay. Sixx siempre ha intentado molar. Tenemos que admitir que el cabrón lo ha conseguido en la mayoría de casos, pero también hay que decir que sus intentos de encajar en corrientes musicales más “modernas” nunca le han acabado de funcionar. Primero lo intentó con SU banda, echando al que él veía como freno a cualquier intento de evolución (nuestro amado Vince) y reemplazándolo por alguien que el tiempo está situando como un loser entrañable (hola Corabi). Los elogios al disco homónimo de los Crüe son bastante unánimes, pero cuando una banda factura como una empresa, se convierte en una empresa, y las críticas positivas no generan muchos beneficios. La segunda intentona fue con el rubio de vuelta en aquel pastiche entrañable que es Generation Swine (el peor disco del cuarteto). Así, nuestro bajista cool favorito llegó a la conclusión que los inventos los debía hacer bajo otro nombre. Pues bien, de todos los discos donde Sixx ha pretendido sonar actual y guay, porque él es muy guay, donde más cerca ha estado de hacerlo es en el debut de Brides of Destruction. Para el viaje se hizo acompañar de otra leyenda angelina, Tracii Guns (el Guns de Guns n Roses) que por aquel entonces había partido peras con Phil Lewis en la banda de su vida. La verdad es que el disco es cojonudo, himnos más punks como “Shut the Fuck Up” o “I don’t care” se mezclan con temas con clara vocación radiofónica como “Only get so Far”, “Natural Born Killers” o “Life”. Lástima que Sixx no le diera mucha vida a este proyecto, infinitamente más atractivo que los Sixx A.M., tanto como la diferencia de talento y carisma que hay entre los dos guitarras que los integran.


BILLY IDOL: DEVIL’S PLAYGROUND (2005)

Otra bomba de neutrones completamente inesperada. La verdad, siempre me cayó bien el tipo. Devil’s Playground es sólo su sexto álbum de estudio, pero ya desde que la versión de “L.A. Woman” y aquel entrañable “cyberpunk” me pillaron de chaval, le cogí cariño al rubio con morritos de cabreado. Aquí, en su primer disco en más de una década (Cyberpunk data de 1993), Idol ofrece una violenta colección de pelotazos hardrockeros de la mejor escuela. La verdad, valía para un roto y para un descosido: cuatro años antes había sacado una cover de «Don’t You (Forget About Me)» de Simple Minds, que era simplemente deliciosa; ya entrando en el disco en cuestión, “Plastic Jesus” era una maravillosa pieza electroacústica repleta de vicio y cachondeo, con su inseparable Steve Stevens más controlado que nunca. Grabado, y seguramente regado, en el Jungle Room de Los Angeles, el trabajo no subió del nº 46 del BIllboard, pero fue un moderado triunfo en Europa y desde luego que cualquier seguidor del hard rock no puede tener queja de golpes como “World comin’ down”, “Rat race”, “Scream” o “Romeo’s Waiting”, incluso de canciones más típicamente FM como la irresistible “Sherri” o la festiva y popera “Cherie”. No sé si llamarlo estado de gracia, pero si no lo era, de verdad que se le parecía mucho.


L.A. GUNS: TALES FROM THE STRIP (2005)

El surrealismo se había apoderado de la escena de Los Ángeles de tal manera que en un momento concreto del espacio-tiempo, coexistieron dos bandas llamadas L.A. Guns, cada una encabezada por un miembro fundador. Mientras Tracii Guns se empeñaba en metalizar su sonido en un mundo (el de su cabeza) donde no había suficiente sitio para él y para el cantante de la banda donde siempre quiso estar (con Axl Rose y Guns N’ Roses, por supuesto), Phil Lewis proseguía la carrera de “sus” L.A. Guns junto al guitarrista Stacey Blades. Desde la misma portada se intuía que nos encontrábamos en presencia de algo verdaderamente enorme. No es sólo un disco bueno de L.A. Guns (lo cual no es decir poco), sino que es uno de los verdaderamente poderosos, justo al lado de su inmensa trilogía inicial. La espectacular apertura con «It Don’t Mean Nothing», seguida de «Electric Neon Sunset», «Gypsy Soul», «Original Sin», «Vampire», «Hollywood’s Burning», «Crazy Motorcycle», «Skin», «Shame», el himno «Resurrection», «Amanecer» y «(Can’t Give You) Anything Better Than Love» eran las mejores canciones de un disco redondo, otro inesperado regreso de altura, que sin embargo también pasó bastante desapercibido. Era ya el momento de no dar crédito a tanta ignominia, pero supongo que el hard rock se había despeñado por alguna ladera y para la mayoría de la gente no quedaban ni los restos. Para otros, sencillamente la vida no tenía sentido sin discos y bandas como estas.


SKID ROW: THICKSKIN (2003)

“La última banda de la que nos aprendimos los nombres de sus integrantes”. Eso y mucho más eran Skid Row. No culpo a Bolan y Snake por echar a Sebastian Bach, que tiene pinta de ser un tipo bastante pesao, y no quieres compartir gran parte de tu vida con un pesao. Así, los chicos guapos que sonaban más heavies que glam entraron en el nuevo milenio sin el más guapo que cantaba más heavy que nadie. Y claro, si hubieran pensado en eso, se hubieran dado cuenta que no iban a ningún lado. Para el cuarto disco de su carrera (quinto si contamos el cojonudo EP de versiones) ficharon a Johnny Sollinger, que era moreno. Sí, cantaba guay, pero era moreno, joder. Las canciones heavies sonaban realmente bien, y el registro vocal del nuevo frontman se adaptaba a la contundencia habitual de la banda. Así, temas como la que abría el disco (“New Generation”) o la homónima sonaban a gloria en aquellos años de vacas flacas para el hard rock. Pero ay, amigos, ay. Si había algo que sabían hacer esos chicos era unas baladas cojonudas, y tras escuchar “Ghost” y “Born a Beggar” (canciones que recordaban a Nickelback) y cómo habían ultrajado “I Remember You” en una nueva, innecesaria y criminal versión, cualquier ilusión inicial se iba por donde había venido. En fin, la banda sigue dando tumbos a día de hoy, y el bueno de Seb se ha convertido en una entrañable celebrity trasnochada. Nunca ambas partes han necesitado tanto una reunión, pero mucho me temo que el rubio sigue siendo un pesao.


VELVET REVOLVER: CONTRABAND (2003)

¿De contrabando? De eso nada, en jet privado y siendo recibidos por las autoridades portuarias con ramos de flores. En tiempos oscuros lo mejor es presentarse de un modo en que te apunten todos los focos; y hacer todo el ruido posible, aunque sea mediático. Un reivindicable trabajo debut de una superbanda del máximo calibre, quizá por ello con demasiada presión pese a tener de cara al público y la industria. Duff, Shorum y Slash de Guns N’ Roses, Dave Kushner y el polémico Scott Weiland a la voz. El malogrado frontman de Stone Temple Pilots se llevó el gato al agua tras una infausta búsqueda de vocalista durante meses, documentada en “The rise and fall of Velvet Revolver”. Contraband debutó en el nº 1 y vendió dos millones de ejemplares, pero murieron de éxito. El exceso de megalomanía y cierta inestabilidad estilística les vino marcada de fábrica. Un disco que destaca por su condición de excepcional, cada vaca sagrada aportó su leche; acertados jeringazos de hard rock, aroma sleazy y esas pinceladas del mundo alternativo tan pegadizas. El vacile de «Slither» o “Sucker Train Blues”, la bipolaridad de “Do it for the Kids” gracias al contrapunto vocal de Weiland o la macarrería angelina de «Spectacle» dejaron claro el poderío rockero de unos Velvet Revolver que representan el lado «celebritie» de esta estirpe de músicos. La casta.


FASTER PUSSYCAT: THE POWER & THE GLORY HOLE (2006)

       

Adoro este disco. Lo repito: ADORO ESTE PEDAZO DE MIERDA. Si un sujeto encarna como nadie la escasez de valores, la superficialidad, y la decadencia de Sunset Strip, ese es Taime Downe. Y si me preguntaran por la banda más sleazy de la historia, muy probablemente citaría a Faster Pussycat, cuyos tres primeros álbumes siguen sonando a gloria. Pero volvamos a esa rata angelina que es Taime: tras las deserciones de los diferentes miembros del grupo, y unos coqueteos con la música industrial bajo el nombre de Newlydeads (no os acerquéis a eso) el mejor impersonator vocal de Steven Tyler, con el empuje de su socio en el Cathouse y ex presentador de “Headbanger’s Ball”, Rikki Rachtman, decide volver a grabar un álbum bajo el nombre de Faster Pussycat. Le acompañan en la andadura los replicantes de Marilyn Manson que le habían puesto música a su etapa industrial, más el gran Danny Nordhal al bajo (ex integrante de The Throbs y toda una leyenda underground angelina). Además, la lista de estrellas invitadas tira de espaldas: Marc Diamond (The Dwarves), Ed Mundell (Monster Magnet), CC de Ville (Poison) y Dregen (Backyard Babies) ponen su guitarra al servicio de su colega de farra. ¿El resultado? Un disco sórdido. El perfecto epitafio a esos años oscuros para el hard rock. Un disco que huele a entrepierna que se ha pateado Melrose en pantalones de cuero bajo un sol de justicia. Un disco con producción industrial de tercera, voces pasadas por filtro y gemidos de puta barata como sample que consigue sonar a L.A en todo momento. Porque Downe consigue que el álbum suene más sleazy que cualquier otra cosa grabada en aquellos años. Temas como “Number 1 with a Bullet”, “Useless” o el tema que da título al disco suenan a burdel. Pero donde en los 80 podíamos ver glamour y silicona, ahora hay cicatrices de cesárea y SIDA. Por todo ello, estamos ante un disco necesario. El canto del cisne a los mejores años de una ciudad. El disco se cierra con una versión de Betty Blowtorch (“Shut up & Fuck”) y “Bye, Bye, Bianca”, ambas como homenaje a la recientemente fallecida Bianca Butthole. “Your lips, take. Control. Here lies the Power & The Glory Hole”. Pues eso, quizás Taime Downe entendió como nadie en qué se había transformado su ciudad, en un inmenso glory hole con demasiadas pollas que atender.


Ver  “Los años oscuros del hard rock. Vol. 1 (1999)” aquí
Ver  “Los años oscuros del hard rock. Vol. 2 (2000-2001)” :  aqui