Crónica Roadburn Festival 2018.
19, 20 21 y 22 de abril.
Tilburg – Holanda
Fotos por Niels Vinck y Paul Verhagen.
Crónica por Por Manuel J. González.
Primera de cuatro entregas de nuestra crónica del recientemente concluido Roadburn Festival 2018.
Es curioso como la vida nos permite repetir experiencias que inicialmente nos enamoraron. Roadburn Festival es una de ellas. Un evento al alcance de una afortunada minoría que danza entre lo exclusivo, lo bizarro y, sobre todo, lo genuinamente raruno. El menú musical que nos ofrece la ciudad holandesa de Tilburg durante un cálido fin de semana de abril es de órdago. Además, en esta ocasión comparto crónica con el simpático Gonzalo Rodríguez, por lo que la aventura se torna todavía más osada. Las ganas, el entusiasmo, el fanatismo permanecen perennes. El paso de años no debilita esa pasión que nació cuando no éramos más que mocosos. Y en mi caso hace ya bastante de eso.
Con respecto a logística, ubicaciones, dinamismo, rutina diaria y organización, decir que Roadburn Festival vuelve a coronarse como ese festival en el que todo – o casi todo – acontece dentro de la perfección más absoluta. No hay queja; de hecho, sorprende que dentro de una organización aparentemente flexible y natural, reine una armonía superlativa.
Cambian el área del camping – desde mi punto de vista una mejora con respecto al año pasado. La comodidad a la hora de comer y beber rico y variado es admirable – no faltan platillos varios y cerveza I.P.A. Y lo más importante: el movimiento entre escenarios es ágil, cómodo; impresionantemente sencillo. Y después está el público: suculentamente educado, amable, cercano, variopinto – eso sí, no faltan los barbudos y las camisetas negras.
¿Y qué decir de la música? ¿Cómo hacer justicia cronista a lo vivido durante esos maravillosos 4 días? ¿Por qué somos esencialmente melómanos con la virtud de narrar lo que el resto deciden disfrutar sin más? Preguntas que se reinventan con respuestas que raramente nos convencen. Así somos los inconformistas existenciales.
Este año suprimen la incómoda sala Extase, añadiendo sin embargo un emplazamiento que le otorga al festival un dinamismo todavía más excitante. La sala Koepelhal – a escasos minutos del 013 Venue – es sencillamente maravillosa, y sirve de contrapunto al venerado Poppodium. Más salas, mejor distribución de bandas y algo más de variedad en la manera de disfrutar cada una de las actuaciones. Lógicamente, Het Patronat sigue siendo ese lugar en el que verías a todas tus bandas preferidas. Por lo íntimo, por lo conceptualmente estético.
Hablemos de arte sonoro. Recién apeados del tren que nos trae desde Ámsterdam – bendita cuasi rapidez – nos situamos en primera fila del Main Stage para intentar deleitarnos con el proyecto híbrido que suponen Waste of Space Orchestra, o lo que es lo mismo, la unión de fuerzas de los necesarios Oranssi Pazuzu y Dark Buddha Rising, ambas formaciones de origen finés. Excelentes ideas que se diluyen en una inconsistente aunque perfecta ejecución. Los elementos te abrazan con calidez, aunque sin llegar a atraparte. Quizá actuaron a una hora inadecuada.
Acto seguido, el norteamericano Toby Driver – Kayo Dot – presenta “Madonnawhore” [The Flenser, 2017] en la acogedora sala Green Room. Su propuesta – tan desnuda como anodina – nos empuja a subir las empinadas escaleras de Het Patronat para embelesarnos con la primera actuación destacable de la jornada. Khemmis – originarios de Colorado – presentan el ya añejado “Hunted” [20 Buck Spin, 2016], rescatando excelentes piezas como “Candlelight” o “Three Gates”. La ejecución es excelsa, así como la comunión con el público. La pega es que en ocasiones se asemejan demasiado a formaciones como Pallbearer o The Sword, abusando de una fórmula tan efectiva como caduca.
Tras una breve incursión en la liliputiense sala Cul de Sac para comprobar la valía de los cafres holandeses Black Decades – que defienden con uñas el ferviente “Hideous Life” [Toztizok Zoundz, 2016] –, regresamos a la Green Room para afrontar una de las actuaciones más excitantes de la jornada, la de los norteamericanos Uniform. Encandilados nos tenían ya con “Wake in Fright” [Sacred Bones Records, 2017], por lo que es sencillo dejarse llevar con una propuesta que incluye en directo a un batería y que convierte un sonido originalmente más electrónico en un zapatazo hardcore digno del mayor de los elogios. Michael Berdan lo da todo a las voces, convenciendo desde el segundo 0. No es gratuito que finalicen con una excelente versión del “Symptom of the Universe” de Black Sabbath. Para quitarse el sombrero.
Continuamos sin respiro. Los californianos Earthless son este año banda residente, por lo que tocarán hasta en tres ocasiones durante el fin de semana. Presentan el sorpresivo “Black Heaven” [Nuclear Blast, 2018], aunque arrancan su primera actuación del fin de semana rindiendo pleitesía a su respetado “From the Ages” [Tee Pee Records, 2013] con “Uluru Rock”. El público conecta con la banda, entregándose de lleno a esas interminables jams psicodélicas.
Los noruegos Årabrot se coronan en Het Patronat con una de las actuaciones más excitantes del fin de semana. Liderados por Kjetil Nermes y su esposa, la bella Karin Park, este combo de noise rock va mucho más allá de etiquetas y estigmas musicales. Amparados bajo el símbolo de una vagina dentada, defienden a ultranza su último larga duración, el adictivo “The Gospel” [Fysisk Format, 2016]. Oscuridad, melódica poesía, decadencia sonora; orgasmo existencial. 100% recomendables.
Todavía en shock regresamos al Main Stage para sentir la embestida de Converge. Jacob Bannon es este año el Curator del festival, por lo que podemos verle sobre el escenario hasta tres veces. La primera, presentando el fabuloso “The Dusk in Us”, un trabajo que ciertamente acerca a los norteamericanos a un público algo más variado. El equilibrio entre salvajismo sonoro y delicadeza musical es tal, que nos encontramos frente a uno de los discos más adictivos de los últimos meses. La banda, perfectamente engrasada, nos brinda otro de los momentos del fin de semana, con un Bannon en estado de gracia. Es casi ineludible desear morir en uno de los caóticos pogos que se forman frente al escenario. No puedo evitar emocionarme cuando dedica “Thousand of Miles Between Us” a su desaparecido padre. O cuando defiende el amor por encima de cualquier otra cosa. Sublime. ¿Cómo olvidar el broche final de la actuación con esa brutalidad llamada “Reptilian”?
La fiesta continúa. Y de qué manera. Enamorados estábamos del primer trabajo de unos desconocidos Ex Eye, liderados por el polifacético Colin Stetson – Bon Iver, Arcade Fire, Tom Waits. Defienden su homónimo disco – que interpretan entero en su edición de vinilo – con tanta clase, que te sientes verdaderamente privilegiado por estar viviendo dicho momento. Inverosímil se me antoja el hecho de que alguien no sea capaz de sentir nada frente a piezas como “Anaitis Hymnal; The Arkose Disc”. Su capacidad con los instrumentos de viento es tan innata como evocadora de los más emotivos sueños.
Continuamos con la sobredosis de intensidad sonora. Poder disfrutar de Cult of Luna sobre el escenario principal de Roadburn no es algo que suceda todos los días. Aunque nuestros elogios deben ser para con la sorprendente e intensa Julie Christmas, con la que interpretan íntegro su disco “Mariner” [Indie Recordings, 2016]. Cult of Luna es una mítica banda dentro del amplio género tildado como post metal – junto a Isis, Pelican, Mono –, aunque no me parezcan de los más elogiables. Sin embargo, disfrutar del contrapunto que supone la voz de Christmas en directo es un regalo de los dioses. Pelos como escarpias cuando arrancan arremetiendo con “A Greater Call”. Un concierto más que perfecto y sinceramente emotivo.
Permanecemos en el Main Stage para el fin de fiesta. Las bestias pardas de Weedeater nos regalan ‘íntegro’ su clásico “God Luck and Good Speed” [Southern Lord, 2007], un trabajo repleto de su receta de sludge stoner, o stoner sludge, como se prefiera. Su fórmula los emparenta con formaciones como Church of Misery, Down, Bongzilla; vamos, música para escuchar colocado hasta las trancas – o no. 100% disfrutable es su receta pantanosa y suculentamente densa. Además, pocas bandas cuentan con un frontman como Dave ‘Dixie’ Collins, que hace apología a la mejor hierba mientras le va dando lingotazos entre canción y canción a su botella de Jack. Lo deja muy claro cuando afirma: ‘An Apple a day…’, haciendo referencia al viejo proverbio anglosajón (… keep the doctor away). El símil es claro.
Al final de la noche nos da incluso tiempo a experimentar con el proyecto Future Occultism, compuesto de tres ‘formaciones’: Bong-Ra, Phurpa y Servants of the Apocalyptic Goat Rave. Roadburn constata el hecho de que no existen limitaciones en lo que a rareza sonora se refiere. Lo de S.O.T.A.G.R. no puede describirse con palabras. Nos vamos a la cama con una sonrisa de oreja a oreja; y eso que el fin de semana tan solo había dado comienzo.
Por Manuel J. González.
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