Discográfica: Sumerian Records.

Por Carlos Salcedo Odklas


Diez años le ha costado al carismático frontman de Korn perpetrar su debut en solitario. Tiempo más que de sobra para meditar y planificar su propuesta con calma. La gran incógnita respecto a este disco estaba en ver si Jonathan tiraría por terrenos conocidos, dando quizás una vuelta de tuerca a los sonidos que le han encumbrado al estrellato con su banda principal, o si por el contrario se dedicaría a ofrecer algo totalmente distinto a lo que es su estilo habitual.

Tras darle unas cuantas escuchas a este Black Labyrinth queda claro que ha optado por la primera opción. De esta forma, todos los recursos que ha desplegado a lo largo de la dilatada carrera de Korn siguen presentes en este trabajo: su peculiar timbre de voz, su manera de abordar las melodías y armonías, sus balbuceos, gritos y susurros marca de la casa… todo está aquí y resulta perfectamente reconocible. Desde un punto de vista vocal he decidido permanecer en terrenos conocidos y no explorar ningún tipo de registro que no hubiésemos escuchado ya en sus anteriores trabajos con la influyente banda de Bakersfield. No es arriesgado decir que un buen puñado de los temas de este disco podrían haber entrado perfectamente en alguno de los discos de Korn sin desentonar demasiado, al menos en alguno de sus lanzamientos más experimentales como fueron por ejemplo The Path of Totality (2011) o Untitled (2007). De hecho parece ser que gran parte de las ideas que dan forma a este lanzamiento provienen de la época de Untitled, y efectivamente se puede apreciar una atmósfera parecida a la que tenía aquel disco.

No obstante, a pesar de lo dicho, tampoco sería justo calificar Black Labyrinth como un mero refrito de su trabajo con Korn, al menos en lo que a instrumentación y arreglos se refiere, ya que se aprecia un espíritu más amplio y arriesgado. Jonathan, al no tener que rendir cuentas ante nadie, da rienda suelta a sus conocida afición por la música electrónica, los instrumentos étnicos y el ambient,  incorporando pasajes que habrían desentonado un poco en el concepto y el sonido establecido por su banda principal, y que quizás habrían desagradado a algunos fans de esta.

El tema con el que se abre el disco, titulado Underneath My Skin, es un buen resumen de lo que decimos, y sirve como declaración de intenciones del álbum. El sonido de guitarra plagado de efectos, la producción general y el tono de Jonathan recuerdan inmediatamente a Korn, pero la elección de las notas y las melodías, sin duda más desenfadadas y luminosas a lo que es habitual en Korn, nos hace darnos cuenta de que estamos ante algo ligeramente distinto. Esto es aún más patente en el siguiente tema, Final Days, composición notable que muestra unas claras influencias de trip hop y ambient, introduciendo sonidos procedentes de instrumentos tribales y exóticos, algo que volveremos a encontrar en otros pasajes del disco como Basic Needs, que cuenta con un interludio con un delicioso sabor árabe, o también en la estupenda Gender, uno de los temas más inspirados del disco, que coquetea de manera excelente con sonidos exóticos y psicodélicos. Por supuesto hay algunos trallazos como Everyone, esta sí puro Korn, o Your God, otro tema notable que cuenta con una base rítmica precisa y marchosa y una inspirada parte central. También encontramos en Black Labyrinth momentos más intimistas, relajados y ambientales, como la oscura Medicate, con pinceladas a lo Nine Inch Nails, o la accesible y melódica What It Is que se encarga de cerrar el álbum.

Los textos por su parte también continúan en la estela de lo visto con Korn y siguen siendo retorcidos, oscuros y melancólicos, como era de esperar en un personaje tan torturado como Jonathan Davis. Nos encontramos ante un trabajo llamativo, bastante entretenido y variado. Con buenas ideas y algunos desarrollos interesantes. Pero por desgracia todos estos ingredientes no terminan de cristalizar en temas especialmente pegadizos o memorables. Estamos ante una buena colección de canciones pero que no dejan un excesivo poso en el oyente. El disco resulta un poco inconexo en líneas generales, y también se ve algo lastrado por su larga duración. Un par de temas menos sin duda habrían dado como resultado un trabajo algo más dinámico. Se aprecia el esfuerzo de Jonathan por alejarse un poco del concepto sonoro de su banda principal, más pesado y oscuro, pero tampoco se aleja tanto a lo ya visto anteriormente en sus múltiples discos y, como ya apuntamos, este alejamiento concierne solo al plano instrumental, ya que vocalmente sigue tirando de los mismo trucos y recursos de siempre, por lo que tampoco podemos decir que estemos ante un álbum especialmente sorprendente.

Finalmente podríamos concluir que Black Labyrinth es un disco curioso y claramente disfrutable, sobre todo si eres fan de la magnífica y peculiar voz de Jonathan Davis, pero por desgracia no se trata de un disco especialmente memorable ni particularmente revolucionario dentro de la carrera de este inquieto artista.